A orillas de una fétida cañada que atraviesa su vivienda, construida entre latas y cartones, Harold juega con dos calabazos simulando que son un vehículo atollado en pleno barro arcilloso del Nueve de Marzo.
No importa el sol de mediodía porque un frondoso árbol de tamarindo parece hacerle la guerra a la inclemencia natural. Allí estaba el niño de dos años haciendo ruido con su boca para reemplazar el sonido natural de un motor, mientras sus rodillas delgadas y enlodadas por la tierra fangosa, ruedan a la par del improvisado vehículo de juguete.
Se levanta al escuchar el grito fuerte de su abuelo como aquel regaño que reta al niño malcriado, que juega en medio de la suciedad. Sus manos empantanadas por el mugre delatan el ocio natural de Harold ante la ausencia del juguete real que nunca tuvo.
“Esos niños me van a volver loco, no hay forma de que se queden quietos”, dijo el hombre de 69 años, padre de tres hijos (dos de ellos asesinados) y abuelo de cinco niños que viven en precarias condiciones sanitarias en un apartado y recóndito lugar del barrio Nueve de Marzo de Valledupar.
Para ellos, convivir con el olor fétido de las aguas estancadas que cruzan por su vivienda se convirtió en el ambiente natural de su entorno. Se acostumbraron a una ‘condena’ enmarcada por la pestilencia empantanada en su hábitat.
Les tocó vivir en medio de la pobreza, deteriorada por las condiciones sociológicas que rodean al sector. Allí creció su familia rodeada de la miseria, pero con los deseos de superación enajenados a las ganas de un mejor vivir.
Una vivienda construida artesanalmente se rinde ante la piedad de los árboles frondosos; su sombra pone en tinieblas la acequia que se quedó sin caudal por culpa del verano, pero con leves corrientes de aguas negras y fétidas que se cansan en medio de la resequedad.
Mientras el anciano cuenta su historia, sus nietos cruzan de un lado para otro. Lo incómodo del patio no da espacios para la diversión de un niño de dos años que clama recreo. Más allá de las precarias condiciones higiénicas en que viven, su semblante nunca se aparta del pensamiento de soñar algún día con un mejor bienestar.
Sus ojos redondos y piel deteriorada reflejan el trajín de un hombre que se gana la vida como cotero en el mercado público de Valledupar. En el pequeño inmueble no hay espacio para el orden; un cuarto es el principal albergue que sirve, al mismo tiempo como sala comedor y cocina, en donde se confunden bicicletas viejas arrinconadas y carcomidas por el óxido. “Allí hasta los ratones hacen fiesta”, dijo en tono satírico el anciano que hace 19 años llegó desde el sur de Bolívar desplazado por los escuadrones paramilitares que sembraron el terror sangriento en el lugar.
“Me mataron dos hijos porque supuestamente eran guerrilleros, sino salimos de allá no estuviera echando el cuento, ahora me toca trabajar para cuidar y mantener a mis nietos porque las mamás no consiguen empleo, yo me gano 12 ó 13 mil pesos diarios y eso no alcanza para nada, afortunadamente la luz y el agua lo cogemos de al lado, eso es una ayuda”, reconoció.
Una sola habitación con piso de tierra refleja las condiciones lamentables en que vive una familia; al fondo del patio una letrina es refugio de moscas en donde por obligación realizan las necesidades. “Las siete personas que aquí vivimos, dormimos en un solo cuarto, en cada cama cabemos tres o cuatro, pero ya estamos acostumbrados, yo mantengo mi familia con lo que traigo del mercado, lo importante es que tenemos salud y las ganas de salir adelante”, dijo el anciano, mientras sacaba de su boca un cigarrillo aprisionado por sus labios ásperos y resecos.
Como el hombre corpulento que aún conserva su acento bolivarense, miles de vallenatos viven en la pobreza, comer se convirtió en una maratón, como si fuera una epopeya obligada. Para él no hay madrugada, tampoco noches de desvelo cuando de trabajar se trata. “Me tocó comprar un celular, pero yo esas cosas no se andarlas, mi nieto mayor es el que lo maneja cuando estoy en la casa, ahí me llaman para ir a descargar cualquier camión que llegue con mercancía, qué hago, lo más importante es la comida de mis nietos”, puntualizó.
Las cifras
Según el Departamento de Prosperidad Social –DPS- en el Cesar hay 435.000 personas que viven en la pobreza, entre las 13 millones que en la actualidad existen en Colombia. El mismo informe indica que en la región Caribe hay cuatro millones de personas en iguales circunstancias.
Sin embargo, los índices de pobreza en los últimos seis años en el departamento del Cesar venían con el alivio descendente. En 2011 el porcentaje era del 47 %, mientras que en 2012 y 2013 las cifras disminuyeron al 46.8 y 44.8 %, respectivamente, según el mismo informe del DPS y DANE. En 2014 la curva siguió su curso hacia el 40.9 %, sin embargo, en 2015 se disparó a un 42.3 %.
El mismo informe revela que el municipio de Pueblo Bello es el más pobre del departamento del Cesar, mientras que el menos pobre es San Diego.
Para el consultor y economista, Fernando Herrera, “deberíamos preguntarnos por qué en el Cesar no ha disminuido la pobreza, este es uno de los pocos departamentos en donde este fenómeno aumentó en 1.4 por ciento entre 2014 y 2015, que equivale a una población de 15 mil habitantes, debemos preguntarnos por qué somos pobres si aquí hay fuentes económicas como las regalías y las producciones agropecuarias”.
Explicó que “hay pobreza porque hay corrupción, tal como lo aseguró el Contralor General en su visita reciente a Valledupar en donde dio cifras alarmantes, igual lo aseguró uno de los veedores ciudadanos. ¿Cuántos alcaldes presos hay en este momento en el Cesar? aquí hay muchas obras inconclusas para la gente pobre, todo eso globaliza este fenómeno en este departamento”.
Según el profesional de la economía, una familia con cuatro integrantes es pobre cuando devenga menos de 900 mil pesos, mientras que los índices de pobreza extrema se calculan cuando el ingreso de una familia con igual número de personas es menor a 400.000 pesos.
Impacto de la Reforma Tributaria
Sobre el tema de la pobreza en Colombia, el exprocurador General de la Nación, Alejandro Ordóñez Maldonado, aseguró que “lo que genera tanta miseria en Colombia es que cada año nos están imponiendo una Reforma Tributaria con el pretexto de que no hay dinero para inversión social y la solución es subir los impuestos. Todos nuestros ministros van al Banco Mundial o al Banco Interamericano de Desarrollo y vienen con la cartilla debajo del brazo. Colombia tiene la tasa de tributación más alta del mundo, cada vez hay mayor evasión e informalidad laboral. Aquí el remedio debe ser bajar los impuestos para que haya mayor recaudo, generar confianza porque la gente sabe que esa plata se la roban. Si eso ocurre habrá más consumo, inversión, empleo y menos informalidad porque sin duda alguna el actual esquema tributario impide el desarrollo económico del país”.
Recomendó que “para que el Estado sea más rico, debe haber riqueza entre sus habitantes, quitarle al ciudadano el peso de los impuestos, si la empresa privada y extranjera logra generar empleo, esos índices de pobrezas seguramente van a disminuir”.
La historia
En los últimos seis años, Colombia ha logrado sacar de la pobreza a 4,6 millones de personas gracias, según el Gobierno Nacional, al impacto de programas como Familias en Acción y Red Unidos, entre otros, que llegan a las comunidades más vulnerables del territorio.
La cifra fue revelada en su momento por el Departamento de Prosperidad Social con motivo de la celebración del Día Internacional de la Erradicación de la Pobreza. No obstante, el Gobierno acepta que en el país aún hay 13 millones de personas en condición de pobreza por ingresos, que representan el 27,8 por ciento de la población nacional. De ellas, 8,7 millones (24,1 por ciento) viven en áreas urbanas y 4,3 millones (40,3 por ciento) en zonas rurales, según un informe presentado por Portafolio.
El mismo informe señala que la reducción promedio de la pobreza fue del 9,4 por ciento y los departamentos donde más ha disminuido este flagelo son Sucre, Atlántico, Córdoba, Nariño, Magdalena y Cauca.
Según Portafolio, los departamentos más pobres siguen siendo Chocó (62,8 por ciento), La Guajira (53,3), Cauca (51,6), Córdoba (46,6), Magdalena (44,8) y Sucre (44,7). “En estos lugares hemos fortalecido la implementación de acciones para aplicar recursos en donde más lo necesitan”, dijo Orozco.
El informe de Prosperidad Social destaca el impacto que han tenido en la disminución de la pobreza más de 150 alianzas que han permitido movilizar 119.000 millones de pesos del sector privado, con un aporte de 20.000 millones públicos. Es decir, por cada peso público, los privados invirtieron cuatro. A esto se suman recursos de cooperación internacional por más de 4.496 millones de pesos y donaciones por más de 13.935 millones, que se han invertido en la población más vulnerable.
En el mundo, 836 millones de personas aún viven en condición de pobreza extrema; una de cada cinco personas de los países en desarrollo vive con menos de 1,25 dólares diarios. Las regiones donde más pobres hay son Asia meridional y África subsahariana, con el 43 % de los pobres, según la publicación de Portafolio.
En el Departamento del Cesar hay 435.000 personas que viven en la pobreza, entre las 13 millones que en la actualidad existen en Colombia.
Según los analistas, la corrupción y las continuas reformas tributarias ayudan a que haya más pobreza en Colombia.
Nibaldo Bustamante/EL PILÓN