MISCELÁNEA
Por Luis Augusto González Pimienta
Los colombianos nacidos a mediados del siglo pasado no sabemos lo que es vivir en paz. Nuestro recorrido vital ha estado signado por la guerra en todas sus variables y con diferentes actores, a cual más violento.
Esta reflexión surge de dos hechos actuales sobre una realidad antigua. Uno, la historia novelada de Pablo Escobar, resumida acertadamente por los escritores al calificarlo como “el patrón del mal”; y el otro, las conversaciones reservadas del gobierno con la guerrilla colombiana.
Me detengo momentáneamente en el primer hecho para contarles a los jóvenes que no conocieron al personaje de la telenovela, que todo lo mostrado es cierto y de pronto se queda corto. Lo vivimos, lo padecimos, nos costó mucho sacrificio en vidas humanas irrepetibles, y fue motivo de desazón, amargura, miedo y luto por largo trecho. A ningún cristiano le causa alegría la muerte de un semejante, pero no hay duda de que el país honrado sintió un alivio en ese comienzo de diciembre de 1993, cuando fue dado de baja Escobar. Se cortó una cabeza, la más sanguinaria, pero el mal persiste, se reprodujo como la Hidra de Lerna, aquel monstruo mitológico que regeneraba dos cabezas por cada una que le era amputada.
Lamento que el mensaje anterior nos les llegue a sus destinatarios, los jóvenes, la mayoría de los cuales ocupa su tiempo en ver el programa enfrentado (Protagonistas de nuestra tele) en donde se dan cita las intrigas, las conspiraciones, las bajas pasiones, como parte de un libreto exasperante. No importa. Confío en que los padres se encarguen de explicarles los despropósitos del siniestro personaje que fue Escobar, para que se acabe el mito del héroe triunfador salido de la nada.
En cuanto a las conversaciones reservadas con la guerrilla, es un hecho que se veía venir y por tanto no es entendible la oposición a ultranza desatada por los guerreristas. No es la primera vez que esto ocurre pero ojalá sea la última. Mucha sangre ha corrido desde los tiempos conflictivos de la violencia política que dio lugar al nacimiento de grupos de bandoleros, encabezados por Chispas, Efraín González, Desquite, Sangre Negra, Pedro Brincos, Tarzán y el propio Tirofijo (luego convertido por arte de birlibirloque en guerrillero) hasta nuestros días.
La cordura de dirigentes de peso ha sido determinante para alcanzar una salida pacífica. Laureano Gómez y Alberto Lleras, en su momento, lo consiguieron. Belisario Betancur, Virgilio Barco, César Gaviria y Andrés Pastrana lo intentaron, con disímiles resultados. Pero siempre estuvo en su agenda de trabajo. Ahora el presidente Santos busca con otras fórmulas acabar con la lucha guerrillera más larga de la historia universal. Que el comienzo sea sigiloso, y si se quiere oculto, está bien. ¿Cuántas negociaciones de toda índole no se han frustrado en el pasado por cuenta de las filtraciones?
Para conseguir la paz no nos podemos poner con santanderismos. La paz no tiene precio, es un bien invaluable. Quienes hemos vivido siempre en la guerra queremos morir conociendo la paz. Por eso apoyamos todo intento para conseguirla. Los mecanismos, las herramientas, los intermediarios que sean necesarios, gústele a quien le guste, son bienvenidos, pues, como lo dijo Cicerón, “Preferiría la paz más injusta a la más justa de las guerras.”
Valledupar, 1 de septiembre de 2012