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La Paz es mi pueblo

En mi recorrido por el paseo Bolívar, en pleno centro de Los Robles, mientras al fondo escuchaba las melodías de ese clásico de Oñate: ‘Te quiero porque te quiero, porque me nació quererte’, en mis añoranzas solo voy pensando en el miedo que tengo de perderme en la ruina de la infamia que poco a poco va quitando la sonrisa de esta casa de bahareque que para mis antepasados significó mucho, pero hoy para nosotros es poco.

Solo soy un alma pacífica que habita entre los viejos caminos que enmarcan a mi pueblo, donde rondan los recuerdos perdidos de hombres llenos de versos de esperanzas. Cuentan mis remembranzas que en la calle ‘Párate Firme’ vivió Crispín Moscote Frías, oriundo de Cañaveral, San Juan del Cesar. Crispín estuvo casado con Emilia Torres, con quien construyó su hogar en un inicio en San José, donde se desempeñó como el primer inspector en la comunidad y perteneció activamente al partido Liberal.

Me cuenta que en su estancia en San José vivió la llegada de nuevos coterráneos a la zona y otros de mala procedencia. Como inspector tenía la tarea de vigilar y desarmar, por eso tenía una cajita con las cuchillas que le quitaba a esos nuevos “cachacos” que llegaban. Recuerda que en su momento, el presidente de ese entonces Gustavo Rojas Pinilla envió regalos para los niños de San José, momento en que no estaba muy arraigada la tradición de los regalos por parte del niño Dios.

En el colegio Ciro Pupo Martínez reposa la foto enmarcada de la ‘Sociedad amigo de Los Robles’, de la cual hizo parte Crispín y que gracias al gobernador Alfonso Araujo Cotes le dieron vida al colegio, el cual le ha brindado espacio de conocimiento a miles de pacíficos, pero que con el tiempo se ha visto deteriorado. En una opinión muy distante de los aciertos o desaciertos que haya existido en este Liceo, lo único que sé y voy a repetir es esta fatídica historia…

La educación pública no llega a ser de calidad en el pueblo; la mayoría de jóvenes estudian en universidades del viejo ‘Valle‘, haciendo un esfuerzo por pasajes y demás detalles por suplir para cumplir con su pregrado. A la hora de graduarse se encuentran con que en La Paz no hay sector privado que genere trabajo, sino un sector público que se convierte en el principal empleador, bajo la burocracia clientelista que deja sin aliento el esfuerzo realizado. Esto me llegó mientras caminaba una calurosa tarde de octubre cerca de unos palos de mango.

Estas ilusiones perdidas suenan tristes, pero es justo reconocer lo lindo de esto. El inmortal canto de voces e instrumentos, interpretados por el talento nativo de personajes de este hermoso pueblo, permitieron que nuestro nombre no haya desaparecido. La música permitió que no nos convirtiéramos en cenizas. Las letras en una mentira y las almojábanas nos han permitido ser recuerdo de cada transeúnte que pasa por este municipio.

Que Dios sienta tristeza por nosotros, para que venga y cambie nuestro destino. Seguiremos sentados en las terrazas de nuestras casas, refunfuñando por la codicia de los que les dimos nuestro voto de confianza. Desconozco si esto se convertirá en petición para una plegaria en la iglesia San Francisco de Asís para que el octubre que llega cada cuatro años traiga nuevos colores y no los repitentes engaños disfrazados de banales promesas sin sustento propio, dichas en un circo que no maneja discurso, plenaria, ni discusión alguna para ser válida entre las conversaciones de 6:00 a.m. que tienen los pacíficos para empezar su día, porque el fervor de los habitantes por la tierra desconoce horarios políticos.

La reflexión de los pacíficos cambia el destino, porque son la esperanza que trae el dolor. No nací bajo una tarde de sol y el destino no ha marcado el sendero de mi canción, pero de qué está escrito y compuesto en La Paz, no hay duda sobre ello, porque esa es la fuerza de mi expresión.

Escrito dedicado a la memoria de mis bisabuelos maternos, Crispín Moscote y Emilia torres.

Por Valeria Gnecco

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