“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo” San Juan 16,33.
Entendemos por paz esa sensación interior de bienestar, tranquilidad y reposo que está por encima de las circunstancias y que no depende de los fenómenos externos sino de las realidades internas. En el texto de hoy, Jesús presenta a sus discípulos un mensaje que muestra un marcado contraste con la proclamación embustera de una cantidad de profetas de nuestro tiempo, quienes ofrecen una vida llena de viajes, matrimonios, riquezas y donde todo es victoria y alegría y en donde la persona nunca pasará por dificultades y tormentas en su vida.
Cristo no anduvo con vueltas, ni trató de esconder la realidad a sus discípulos. Su declaración es sencilla y directa: ¡En el mundo tendréis aflicción! Dicha declaración no necesitaba de mayores explicaciones. Los discípulos mismos eran testigos del sufrido paso de Jesús por la tierra. Viniendo desde la eternidad al tiempo, se había visto obligado a luchar con el hambre, el cansancio y el frío. Debía manejar a diario el acoso de las multitudes, con su interminable procesión de curiosos, interesados y necesitados. Al grupo de los preguntones se le suma la persecución de los religiosos con sus cuestionamientos, sospechas y agresiones, siempre hurgando para encontrar en él alguna inconsistencia. Esto sin contar las angustias y desencantos que le produjo el íntimo grupo de discípulos en más de una ocasión. Todo esto formaba parte de la experiencia de transitar por el mundo.
Junto con el claro anuncio de su paz, Cristo acompaña su revelación con algunas enseñanzas importantes que revolucionarían los conceptos de paz y aflicción: Una de ellas es que, gran parte del sufrimiento en tiempos de aflicción no procede de las circunstancias mismas, sino de la manera como reaccionamos a ellas. Frecuentemente reaccionamos de manera negativa porque nos sorprende que los resultados no correspondan a lo esperado o nos toma por sorpresa la llegada de situaciones adversas.
Jesús les había compartido en su declaración que, solamente tendrían paz en él. Es decir, que la fuente de su paz estaría sujeta a una perfecta relación con él. Ahora no podrían aducir que no se les había advertido. Tenían dos opciones: La relación con Jesús o la relación con el mundo; en el uno tendría paz y el en otro, aflicción. Les hizo notar que, la paz que tendrían en él no era producto de la disciplina, ni del cumplimiento de una serie de requisitos religiosos; sino que, la paz estaba en la persona de Cristo y solamente tendrían acceso a ella quienes le seguían y aceptaban su señorío. Así, dicha paz, sería el resultado de su victoria y no de los esfuerzos personales por alcanzarla.
De hecho, el acceso a la paz era un privilegio de los discípulos de Jesús. Lo cual, sigue siendo una realidad. No es que estemos exentos de las dificultades, contratiempos y sufrimientos; sino que, en medio de las feroces garras de las tormentas y la adversidad, podemos experimentar una quietud y sosiego interior que está más allá de la comprensión humana. ¡Podemos estar derribados por fuera, pero por dentro, continuamos de pie!
El mensaje se vuelve actual en la medida en que, reconozcamos que la paz es una persona y la relación con él determinará si podemos disfrutarla o no. Esto debe obligarnos a buscar a Jesús, fuente eterna de paz, vida y plenitud. ¡Oro que la paz de Dios repose sobre tu vida!
Un fuerte abrazo en Cristo.