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La paz

Qué palabreja tan insignificante, hueca y desgastada es esa, todo el mundo la invoca. Rusia, Ucrania, Siria, Israel, Palestina y en Colombia sí que hemos hablado de ella. Belisario con sus palomitas, Turbay con su estatuto de seguridad, Andrés Pastrana con su silla vacía y su despeje, Uribe con su prédica, Santos con su balígrafo, los elenos, las Farc, y no sé cuántos nombres desdoblados más. 

Los ejércitos paramilitares, el narcotráfico y así incontables personas y grupos dicen haberla perseguido. A veces se  cree que las llamas bajan pero son en realidad complejas  maniobras distractoras, porque el país arde y desde hace mucho tiempo. 

Recientemente vi por una cadena de televisión por cable una serie sobre Winston Churchill  y su definitivo papel en la segunda guerra mundial, que entendía cómo ninguno  aquello  de  “si quieres la paz prepárate para la guerra”, y no dudó en atacar y destruir  la  fuerza  naval de sus aliados, franceses, en peligro de caer en manos del enemigo común, con lo que uno sospecha que el camino a la paz es la guerra, significando esto que alguien venza en el campo de batalla al otro,  que referido a  los japoneses fueron las dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, y los alemanes vencidos sin condiciones.

Es obvio que la cuota de guerra estaba y se encuentra lejos de encontrarse satisfecha, ya que después vinieron las guerras del Vietnam, la de Nicaragua, la árabe israelí, que no termina, la del golfo y así muchas más, cómo la  crudelísima entre serbios y croatas,   algunas no tan visibles, pero son parte de un síndrome que hace que el ser humano no necesite de mucho motivo para guerrear y qué decir si lo tiene.

¿Y entonces qué podemos esperar? El anterior gobierno del presidente Duque hizo lo que pudo para acabar con los tratados de Santos y este de Gustavo Petro con su “paz total” que sin dejar de ser algo anhelado parece no encontrar la estrecha puerta de esa aguja.

Setenta y siete hace que nací y al año y dos días asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán y los muertos de ese estallido siguen aumentando las estadísticas. Cuántas “paces” habrá que firmar o a cuántos muertos estaremos de lograr, sino la paz que parece una quimera, por lo menos algo de tranquilidad.

Mientras no adquiramos conceptos firmes sobre el respeto al derecho ajeno y la intolerancia sea la reina no va a cesar el baño de sangre y no se trata de disminuir ese flujo. “Ya no fueron cien los muertos sino apenas ochenta”, expresan muchas autoridades tratando de disimular lo atroz de los hechos.  Eso es perverso. 

No hay sociedad perfecta pero podemos aspirar a no ser tan torcidos y comenzar por algo sencillo como evitar el ruido que afecte al vecino, a no creerse el “chacho”, irrespetando normas tan elementales como la del uso del espacio público o cuando no recoges los desechos de tu mascota.

O algo no tan sofisticado, pero que hace parte de la tolerancia y el respeto como es reconocer que todo el mundo es sujeto de derechos y deberes y que algunas normas del derecho y la ley, aunque a cualesquiera les parezcan feas porque no coinciden con sus creencias morales y religiosas. 

Hace algunos meses escuché repetidamente una propuesta en el sentido de que tratáramos de ponernos en los zapatos del otro, lo que a mí me parece sano. La actitud propia sometida a este cedazo debe ayudar en mucho a la convivencia.

Y para terminar una manida expresión: la única paz que conozco es La Paz, departamento del Cesar.

Por: Jaime García Chadid.

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