Por Julio C. Oñate Martínez
Si el que come carne es carnívoro, herbívoro el que de hierba se alimenta y omnívoro el que engulle de todo, creo que yo soy un consumado patívoro. Me encanta el pato y me lo como preferiblemente guisado con jengibre.
He devorado cualquier cantidad de pisingos, barraquetes, pato real y, criollo, pato “yuyo” con su característico sabor a pescao, un par de ocasiones el cada vez más escaso pato cucharo, y ni el aristocrático ganso se me ha escapado, por eso donde escucho el graznido de algún palmípedo, paro la oreja y le sigo el rastro.
Hace poco en la granja de un amigo, me llamó la atención ver una engreída pata con diez paticos recién nacidos encerrada en un guacal de alambre, como una forma de protegerla de un viejo pato alborotao, padre de los polluelos que desalmado y sin escrúpulos pretendía seguir dándole cajeta a la recién parida.
La dueña del gallinero me explicaba que si el pato la pisaba o la cubría antes que los paticos cumplieran sus primeros, ocho días de nacidos, estos morirían inexorablemente.
De inmediato imaginé, será que el semen del pato es nocivo para el calostro de la madre y así se intoxican los polluelos. Pero esto es imposible concluí, si las patas no tienen tetas.
Pensé entonces que eso era una teoría un tanto absurda y convencí a la señora que más bien amarrara al pato y soltara a la dama ya que el encierro para los bebés es bastante traumático. Me prometió que lo haría y acordamos que si yo regresaba me informaría el resultado de la estrategia.
Solo quince días más tarde pude regresar y con pesar me comentó la señora del gallinero: se lo dije Dr. que eso no resultaría, figúrese que se murieron tres paticos. Apenado le indagué, pero y que pasó? Se soltó el pato? No señor, el pato estaba amarrado pero esta vez fue la pata la que metió la pata, apenas la saqué del guacal, la muy bandida corrió pa’ onde estaba el marío y en un momentico la engancho tres veces.
El mismo día se murieron tres animalitos y entonces de nuevo la encerré porque si no la tendereta hubiera dao miedo.
Sigo sin encontrarle explicación lógica a este asunto y algunos criadores de patos a quienes he consultado coinciden en afirmar lo mismo.
Por lo tanto en parte he podido entender el viejo refrán que dice: “El pato para volar las alas las encartucha y la pata para gozar dobla las patas y abre las plumas de la cola, sin importarle un pito hacerlo a cada ratico, ojalá y mueran los paticos.