Cada año el mundo católico conmemora la pasión de Cristo-Hombre, quien murió por plantear un nuevo paradigma de amor, paz y solidaridad, desde un rincón del mundo llamado Palestina, lugar donde muchos utilizaron la violencia, como los Zelotes, para liberarse del yugo romano que los sometía a tributar con el contubernio de un reducido grupo fratricida de sus paisanos, anclados en el Sanedrín, los saduceos, que vivían de esa explotación.
Cualquier parecido con nosotros es pura coincidencia. Muchos fueron los intentos violentos de los Zelotes y otros grupos por conseguir su libertad, en cuyas gestas libertarias varios murieron en un proceso centenario: el profeta Teudas ‘El egipcio’, Astronges, Simón de Perea, Judas ‘El galileo’ y su nieto Menahem, Simón Bar Giora, Ezequías el jefe de ‘Los bandoleros’, todos con ambiciones mesiánicas de liberación; el penúltimo de estos héroes fue ‘El samaritano’, crucificado por Poncio Pilato. Se cree que Simón Pedro y su hijo Judas, pertenecían al grupo de los Zelotes que, con una daga llamada sica, apuñalaban a los romanos para disuadirlos; de ahí, tal vez, viene el término sicario.
Más fueron convocados por Jesús a hacer parte de los 12 apóstoles; el mensaje de esta inclusión es que la paz se hace con todos. La expresión de Simón Pedro, al decirle a Jesús que él no era un pescador sino un pecador, tiene sentido. Estas manifestaciones violentas de liberación se hicieron muy sensibles para Roma, tal que Pompeyo ‘El Grande’, en el año 63 a.C., destruyó a Jerusalén para intimidar a los rebeldes.
Después de todos estos intentos violentos surgió Jesús con un lenguaje mediador; sin embargo, ya era tarde, Roma veía insubordinación por todas partes y también lo mataron. Muerto Jesús, los intentos de liberación continuaron tal que muchos años después, Tito destruyó el Templo de Jerusalén en el 70 d.C. Más tarde, muchos cristianos se radicaron en Roma siguiendo la estrategia de Jesús, bajándole el perfil liberador a sus propuestas, convirtiéndolo en hombre-Dios vendiendo el concepto de que su reino estaba más allá de la tierra.
Fue así como el imperio los acogió y adoptó sus creencias imponiendo el monoteísmo en todos sus dominios. En los concilios de Nicea, Hipona y Cartago, siglo IV, se elaboró un marco teórico para lo que conocemos como Biblia muchos de sus 73 libros no tienen la autoría de los que firman (pseudoepigrafía), no se conocen sus códices o manuscritos originales. Por eso se dice que el cristianismo es la herencia que Roma le dejó al mundo. La paz sin violencia paga, con esta estrategia y la de inclusión, Gandhi logró liberar a la India del colonialismo inglés, sin un disparo. El modelo de liberación, de combinar todas las formas de lucha, el que hemos padecido en Colombia, es incorrecto, los problemas terrenales no se arreglan destruyendo al adversario y acabando con sus familias, templos de la sociedad. Aquí el Estado también se ha vuelto muy sensible a los cambios, por tenues que sean; por eso, durante 200 años hemos sufrido nuestra propia pasión a bordo de muchos Judas, Pilatos, Herodes, Zelotes y sicarios como elementos de dominio; nuestras calles, casas, carreteras y veredas son escenarios de guerra y, pese a esto, Nostradamus, hábil en predecir tragedias, nunca intuyó que tan lejos de Palestina se fuera a dar esta situación tan parecida a la de allá.
Pero, qué karma sufre Palestina, dos mil años después no ha podido liberarse y carga con su cruz, Roma sigue en cuerpo ajeno y los Zelotes de Pedro ahí están. Igual nosotros, seguimos con la bota de la esclavitud, el conquistador aún no se ha ido; abundan los sicarios no con criterio patriótico como aquellos, los de ahora actúan por encargo. Los cambios que proponemos los quieren sepultar, nuestros saduceos insisten en poner sus intereses familiares y grupales por encima de las prédicas del amor y de la paz para todos los colombianos, nuestra cuaresma es de siempre. Sin embargo, esta Semana de Pasión es una magnífica oportunidad para pensar con grandeza por los cambios que necesitan la Nación y el Estado colombianos.
Por Luis Napoleón de Armas P.