Desde mucho antes de ser ciudadano, condición que para mi época se adquiría a los veintiún años, ya había observado varias jornadas electorales. Para aquellos tiempos nunca escuché hablar de la compra de votos o por lo menos de esa que hoy se traduce en pesos por sufragios, y a eso reduzco la diferencia entre lo que sucedía ayer y lo que hoy acontece, pues a pesar de todas las numerosas e ininteligibles reformas introducidas casi, creo, que lo único que se ha logrado es afinar y sofisticar los mecanismos de los fraudes, que no están fundados únicamente en la adulteración de unos registros, sino, principalmente, en la manipulación indebida al ciudadano, con lo cual el “chocorazo” dejó de ser una vulgar maniobra con las papeletas, que igual se puede hacer con los tarjetones, para convertirse en una refinada técnica, tan sofisticada en su diseño y ejecución que puede pasar desapercibida.
Como ejemplo de lo anterior menciono lo ocurrido entre mis paisanos José Joaquín García Vergara (JJ García) y el veterano jefe político Rafael Vergara Támara, candidatos por el Bolívar al Senado, que ante un cándido optimismo le expresó JJ: “Mientras más votos tengas más te harán falta”.
Eran los tiempos de las urnas viajeras que se sabía cuando salían del lugar de la votación, pero no cuándo y cómo llegaban. Famosos algunos “cambiazos”. Con ellos se ajustaban, decían las malas lenguas, las diferencias entre lo esperado y obtenido. Hubo quien me afirmara algo sobre varias urnas existentes en el papel de la Registraduría, pero sin ubicación espacial cierta y verificable, pero que se escrutaban con todos los requisitos formales.
No existían los tarjetones, que parecen diseñados para confundir al ciudadano común, ese que no entiende y no va a entender de logotipos, listas cerradas, abiertas, cifra repartidora, umbral y otras yerbas.
Lo que se ha logrado con el sistema de tarjetones es poco. Aquella manera aparentemente anticuada de votar era sencilla, menos complicada de explicar y aplicar. El ciudadano elector debe llegar a las urnas con su decisión tomada y no como ahora: cuando se termina en muchos casos, por miles se cuentan, votando mal lo que se traduce en votos nulos. Qué simple era meter en un sobrecito esos votos y todavía más sencillo contarlos.
No se puede crear un mecanismo para las elecciones bajo el supuesto de enseñar nuevos y complicados procedimientos. Se debe pensar de abajo hacia arriba, es decir, en algo tan sencillo que si lo alcanzan a entender los menos informados mucho más las personas de nivel superior.
Ojalá volvieran las calumniadas y vilipendiadas papeletas porque la fiebre no está en las sábanas. La corrupción electoral no es culpa de aquellos papelitos ni de los ostentosos y confusos lienzos de hoy.
Que alguien salga y pruebe que con los tarjetones dejó de suceder lo que se quería evitar y entonces habría valido la pena el cambalache.