Tenía claro el significado de la lapidación, piedroterapia y latigoterapia, como formas de castigos entre los seres humanos; pero ¿la paloterapia? No. Recientemente escuché esa palabra que provenía de una mujer; me interesó la conversación que ella sostenía con unos vecinos; decía: tocará aplicar la paloterapia a esos ladrones que constantemente nos están robando, darles garrote limpio; circulan sin ningún control; la denuncia penal no sirve para nada, si la policía los captura, los jueces los sueltan a las pocas horas; tengo al ladrón amenazándome frente a mi casa. ¿Qué haré? ¿Esconderme? La dama desesperada y angustiada, aclaraba que era darle paliza a reconocidos ladrones, pero no matarlos. Agregaba, también: conformaremos un frente de seguridad que sirva de protección para el barrio.
A las claras lo que expresó la señora es invitar a ejercer justicia por mano propia. ¿Por qué se pretende actuar así? Manifestamos que la justicia por mano propia no tiene razón de existir, ni proporcionalidad entre el daño y la respuesta; en este caso la paloterapia, sobre todo, desconoce la institucionalidad. La sociedad afectada por la delincuencia, argumenta que obra así, ante el desespero e inoperancia de las autoridades que raya con la impunidad; lo que no entienden esos ciudadanos, es que rechazando actos criminales de esa forma, tendrán que enfrentarse con la ley penal, así expresen que ha sobrepasado su capacidad de tolerancia. Muchos recordarán el doloroso actuar de: “La mano negra, mano dura”, para contrarrestar la delincuencia con las llamadas limpiezas sociales. Tenemos que rechazar y acabar con esos ciclos de violencia; hasta el peor de los delincuentes tiene derecho a que se le respete la vida. Esta actitud que involucra más a la ciudadanía, se constituye en alerta temprana para que el Estado sea eficaz, cumpliendo sin dejar dudas y oportunamente los casos para que se aplique justicia.
Dentro de un Estado Social de Derecho que vivimos, la sociedad necesita un verdadero orden democrático que constituya una autoridad con sus reglas y valores; una verdadera democracia lleva a favorecer la institucionalización de las rivalidades y su trasformación en conflictos negociables. Lo legitimo ha de revalidarse día a día en el ejercicio del poder; exigencia que da voz a la pluralidad y a la diversidad de visiones que concurran en procesos de seguridad; por ello debemos darnos a la tarea de hacer esfuerzos para discutir, repensar y replantear una solución definitiva e integral al problema en referencia.
Inicialmente debemos pensar en un escenario vital de permanente conclusión que nos lleve a conocer con exactitud las causas que dan origen al flagelo de la inseguridad creciente y de qué manera. Las circunstancias actuales en materia de seguridad, muestran al país con una imagen débil al mundo entero. Algunos expertos llaman a este proceso como la cultura de la inseguridad acentuada con presunción de inocencia. Necesitamos de forma imperiosa un cambio de igualdad social por encima de las normas, que focalice una visión representativa en defensa de todos. Hay que luchar por la transformación social, comenzando por mitigar y desarraigar las malas costumbres y en lo posible lograr su tránsito luminoso en pro del desarrollo.
Todos estos hechos de inseguridad capturan la percepción desfavorable que tiene el país; nos referimos a inversionistas nacionales e internaciones y lo otro quien querrá llegar bajo estas circunstancias donde la muerte acecha y la inseguridad capotea; esto como una decadencia propositiva de las autoridades que están obligadas a diseñar estrategias que sirvan de plan de contingencia de forma contundente y funcional.
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