Paideia. Es una expresión proveniente del idioma griego, usada para referirse a su antigua educación, que, hoy día, en términos generales, la podemos identificar con nuestra enseñanza primaria, bachillerato y universitaria.
Los antiguos griegos tenían una formación intelectual y corporal excelentes, pasada a la posteridad como la de un pueblo cuya idiosincrasia no sólo los proveyó para ser los más destacados en el orden intelectual entre sus congéneres de aquellos tiempos , sino, que su sistema educativo se constituyó en la falsilla para la posteridad de lo que llamamos cultura occidental.
Se trata de una estructura educacional que corresponde al concepto antropológico de unidad de espíritu y cuerpo. Por eso incluye la ejercitación del cuerpo. Aquellos griegos ejercitaban su cuerpo en los gimnasios, y además crearon las competiciones de las olimpiadas, tan famosas que las consideraban a manera de calendario, refiriéndose a los tiempos como las olimpiadas de ‘X’ fecha. Educaban el espíritu con la música y demás creaciones artísticas. Alimentaban su amado Logos, la razón, con teorías y prácticas sobre la ética y las virtudes. Ellos fueron los primeros en hablar de templanza, fortaleza, prudencia y justicia, corona de las anteriores. Finalmente, incluía la enseñanza de las ciencias particulares, biología, zoología, física, química, etc., y en la cúspide de todas, la filosofía. También le prestaban reverencia a la religión de sus dioses, que expresaban a través de sus muchos mitos. A este propósito, recordemos que el poeta romano Ovidio, a mediados del siglo primero a.C. compuso una bella obra llamada Las Metamorfosis, donde recopila unos 250 mitos.
La educación y formación de aquellos griegos, pues, era integral. Y además de servir a las personas en sus desempeños individuales, también estaban dirigidas a procurar en ellos el amor por lo que desde entonces conocemos como el bien común.
Por tanto, ellas tenían como objetivo final el adiestramiento en las artes del buen gobierno de la polis, ciudad Estado, comenzando por el uso de la palestra en los lugares públicos como el Ágora, el Areópago. En estos últimos lugares se solían exhibir las cualidades oratorias de aquellos ciudadanos que habían aprendido de los infaltables sofistas el arte de la retórica, enseñanza que era propia de estas personas, que la impartían por doquier a cambio de recibir una paga, y por lo cual eran increpados por los verdaderos filósofos, quienes decían que esa era una mala enseñanza, endilgándole el calificativo de relativista, esto es, que no enseñaba la verdad, propia de aquéllos, según se pensaba. Este es un debate aún no zanjado en la actualidad.
Precisamente, muchos de aquellos debates intelectuales de los griegos de marras, son los que constituyen los libros de los Diálogos del filósofo Platón.
Por: Rodrigo López Barros.