Hace apenas unos meses la mayoría de analistas políticos y hasta el común de la gente daba por descontado la reelección de Juan Manuel Santos como presidente de Colombia. Tanto es así que muchos acudíamos frecuentemente a la expresión “después de la reelección de Santos” para hacer alusión a las opciones presidenciales del 2018. La necesidad de darle continuidad a las negociaciones de paz de La Habanaparecía el motor que movía esa idea entre los colombianos. Pero Santos en los últimos meses, movido por fríos cálculos electorales, ha venido incurriendo en costosos errores políticos logrando que el término “revocatoria”sustituya de manera gradual al de “reelección”.
El primer error: su fórmula vicepresidencial, Germán Vargas Lleras, perteneciente igual que él a la crema y nata de lo que se conoce como la oligarquía bogotana. Además nieto de expresidente. De manera que esa propuesta tiene como protagonistasa dos encumbrados bogotanos, el primero nieto del hermano de Eduardo Santos y el segundo, nieto de Carlos Lleras, ambos expresidentes de Colombia. Como quien dice esta democracia colombiana muy poco tiene que envidiar a las monarquías, donde el poder se transmite de manera hereditaria. Para un país de regiones como el nuestro, abrumado hasta la coronilla de tanto centralismo, eso no tiene presentación.
El segundo error es la falta de consecuencia con la palabra empeñada. Estos ojos, -como dice una amiga-, lo vieron decir ante las cámaras de televisión un día de diciembre, después de la destitución del ex – alcalde de Bogotá, que en caso de que la CIDH profiriera medidas cautelares a favor de Petro, él las acataría. La realidad mostró otra cosa. Lo cual lo deja muy mal parado ante la opinión nacional e internacional y con autoridad menguada para firmar un acuerdo de paz.
El tercer error es creer que los grandes electores regionales que en Departamentos como Córdoba, Antioquia, Atlántico y el mismo Cesar se la jugaron toda en las pasadas elecciones de Congreso, van a hacer lo mismo en las presidenciales. Son dos escenarios distintos. En la primera, el voto amarrado es decisivo, pero en el segundo el voto de opinión cobra gran protagonismo. Como si no bastara con eso, ahora quiere aparecer como el salvador de Bogotá, proponiendo lo mismo que ya venía en ejecución en el programa de la Bogotá Humana. Olvida Santos, que en Bogotá, como en amplios sectores del país la gente está aprendiendo a no cree en cuentos chinos, ni a dejarse arrasar por unos medios especializados en fabricar opinión en favor o en contra de quienes el establecimiento determine.
Y se puede llevar una sorpresa en la segunda vuelta.