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La orfandad del Cesar en el alto Gobierno

Históricamente el departamento del Cesar, en especial los vallenatos y su clase dirigente, han accedido a los gobiernos del orden nacional, lo cual ha repercutido en notable progreso. Si repasamos la historia encontramos que su primer gobernador, López Michelsen, fue presidente de la República y siempre se han mantenido vínculos estrechos entre la Casa de Nariño y la clase dirigente de este departamento. Eso tuvo un remoto antecedente en la relación de su padre, Alfonso López Pumarejo, quien hizo posibles el Hospital, el Colegio Loperena y la Granja Agropecuaria.

Por una situación especial, su condición mediterránea sin mar, sus tierras feraces, el algodón y ser receptora de tantos colombianos del interior huyendo de la violencia liberal- conservadora, nuestra zona empezó a tener grandes simpatías en la región central de Colombia y en los santanderes.

Con todo eso, nada fue tan fructífero como la ‘diplomacia del acordeón’. Escalona, de hecho, – que le quitó al presidente Valencia la garra de cazador en Popayán- encabezó a los embajadores nuestros en la capital y muchos paisanos humildes hicieron uso de sus buenos oficios.

Valledupar con su entorno regional aprovechó esa condición, pero también emergió con alcaldes y gobernadores dedicados y buen uso de los recursos; desde los años 70 se empezó a valorar la planeación y a pagar impuestos e incluso más allá, a cubrir la contribución de valorización para financiar obras estratégicas.

Cuando se pedía algo al nivel central, con su buen ejemplo, y esa especial diplomacia, se obtenían buenos apoyos. Un caso, entre otros, fue que a partir de 1990, la Nación cofinanció las obras del Plan Maestro de Acueducto y Alcantarillado, de aguas residuales y pluviales.

Todo ello hizo posible que el Cesar y su capital Valledupar, en muy corto tiempo, irrumpiera con notoria representatividad en el orden nacional. Reconocido como departamento pujante, desde su creación en los mandatos presidenciales contó con ministros y altos cargos.

Solo basta mirar el reciente periodo de Iván Duque, con representatividad de jóvenes de alto nivel profesional, lo que se tradujo en empatía y cooperación entre autoridades de nivel nacional y territorial y obras tangibles como reactivación Ruta del Sol III, Avenida Valledupar – La Paz, Policía Metropolitana, Juegos Bolivarianos, escenarios deportivos, ciudadela Villa Bolivariana, proyectos PDET, colector alcantarillado, Plaza de Ventas, sede Bomberos, compromiso con la Nacional de La Paz y construcción de la fase II; declaración de Valledupar como ciudad creativa universal por la Unesco, entre otros.

Con la presidencia de Gustavo Petro las cosas parecen haber cambiado. En este aspecto no
creemos que para bien. Reacio a la diplomacia del acordeón de los altos salones, y sin raíces en la región como sí en Córdoba o Sucre, asociaría ese mundo cultural a los altos círculos de poder de la oligarquía tradicional de la región. Las visitas presidenciales también se redujeron.

No todo es malo. Aunque reconocemos el excepcional acierto de la designación de la líder indígena Leonor Zalabata en la ONU, y de algunas otras destacadas personas en su gobierno, en nuestras calles se dice, con razón, que “a Petro le gusta el porro, pero no el vallenato”.

Categories: Editorial
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