Por Valerio Mejía Araújo
“Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda”.
1° Timoteo 2:8
¡Cuán marcado y fuerte es el mandamiento de Cristo, que nos envía desde la ostentación en el dar y el orar públicamente, a la privacidad de nuestros lugares secretos de oración, en donde a puertas cerradas y rodeados por el silencio, estemos a solas con Dios en oración!
Nuestra compasión, nuestras oraciones, nuestras luchas y deseos deben correr paralelamente con la voluntad de Dios. Dios propone que los hombres oren. Debemos orar en todo lugar: en el lugar secreto de oración, en el templo, en las reuniones de oración, en el altar familiar, en los días sagrados y no sagrados, en todo tiempo y ocasión; y debemos hacerlo levantando manos santas sin ira ni contienda.
Todas las cosas dependen de nuestra medida de oración. La oración es el espíritu y la causa principal de la vida. Oramos como vivimos y vivimos como oramos.
La vida afuera nunca será mejor que la calidad del lugar secreto de oración. Necesitamos la atmósfera del lugar secreto de oración para saturar nuestros salones públicos, nuestras reuniones comerciales y nuestras oficinas ejecutivas. El ambiente de oración debe impregnar nuestros negocios y nuestro quehacer diario. Necesitamos el espíritu del domingo, llevado al lunes y a cada día de la semana.
En el epígrafe, el apóstol Pablo ruega que aquellos que ocupen puestos de influencia y lugares de autoridad, se entreguen a la oración. Este es un alto llamado para todos, ninguno está en una aposición tan alta, o en alguna gracia, que pueda estar exento de la obligación de orar. Ninguna persona es demasiado grande para no orar.
Debemos orar por todos, especialmente por los gobernantes de la Iglesia y del Estado. La oración calma las fuerzas perturbadoras, apacigua las aguas turbulentas y hace cesar todo conflicto. Apaga los miedos angustiosos, lleva los problemas a su fin, anula la confusión y trae paz. La oración nos permite llevar una vida tranquila.
Debemos orar sin ira. Sin amargura contra los vecinos o hermanos, sin ningún mal deseo contra nadie. Sin ninguna emoción negativa que encienda el fuego de nuestra naturaleza carnal y nuestros deseos de venganza personal.
También debemos orar sin duda o sin contienda. Colocar nuestra confianza en Dios y en su palabra. Arrodillarnos sobre sus promesas y creer que lo que Dios dijo es verdad.
En nuestras mentes no debe haber dudas o contiendas, opiniones o vacilaciones. No debe existir ningún razonamiento ajeno ó sutileza intelectual de rebelión; sino una inquebrantable e invariable adhesión y lealtad a Dios y a su palabra.
Amados amigos, Dios tiene que ver en todo, con las oraciones de sus hijos. Nuestros problemas le interesan y nuestras oraciones lo despiertan. Nuestra voz es dulce a sus oídos y nunca es más feliz que cuando contesta nuestras oraciones. Nuestra oración debe extenderse a todas nuestras necesidades y deseos.
La oración es fruto de la gracia y la gracia es suficiente para suplir todas nuestras necesidades conforme a sus riquezas en gloria.
Hoy, los invito a que prueben el poder de la oración y comiencen a orar en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda.
Oro por ustedes y sus familias. Saludos y muchas bendiciones…