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La oración: dos enamorados, una mirada y una sonrisa

Por Marlon Javier Domínguez

Cuando nos acercamos a la lectura de los evangelios nos damos cuenta de la excepcional forma como el Maestro Jesús presenta sus enseñanzas.

Algunas veces habla con palabras un tanto extrañas, que no son fácilmente entendidas; otras utiliza discursos en palabras sencillas y sentidas que todos pueden entender; en ciertas ocasiones presenta de manera directa su mensaje; otras, como es el caso del evangelio que se lee en la Misa de hoy, utiliza parábolas para poder explicar con mayor facilidad.

Los evangelios no son otra cosa que la narración de un mismo acontecimiento desde cuatro perspectivas diferentes.

Cada evangelista, teniendo en cuenta la situación de la comunidad a la que se dirigía su escrito y su propio punto de vista, dio a la narración características especiales, énfasis, cierta interpretación de los hechos y una finalidad concreta.

En el caso del Evangelio de Lucas, de cuyo relato se toma el trozo que se lee hoy en la Misa, hay dos líneas rectoras que guían la narración de los acontecimientos: El camino hacia Jerusalén y la Oración. 

Todo el relato Lucano se desarrolla en la dinámica de “caminar hacia Jerusalén”, esto es, hacia la voluntad de Dios, y el cumplimiento de su plan salvífico.

Jesús y sus discípulos – y también el lector – va “en camino” hacia lo que quiere Dios.

Pero este camino hacia la voluntad del Padre no se presenta siempre fácil.

Está lleno también de dificultades, decepciones, tristezas, angustias, dolores y situaciones que, de no ser por una relación viva y confiada con Dios, nos aplastarían por completo. De ahí la necesidad de la oración.

Lucas presenta a Jesús como maestro de oración y como modelo de oración, al tiempo que subraya la invitación a orar siempre y sin desfallecer. Esto último constituye el tema central de la liturgia de hoy.

A través de una parábola Jesús nos enseña la necesidad de persistir en la oración y de no dejarnos vencer por el cansancio, la desidia o el desánimo.

En muchas ocasiones, descubriendo que no lo podemos todo en nuestras propias fuerzas, nos dirigimos a Dios pero, al comprobar que nuestras peticiones no son atendidas de manera inmediata, nos desanimamos y dejamos de un lado la oración.

En otros momentos nuestro fervor se inflama cuando estamos en medio de la necesidad pero, al alcanzar lo que pedimos, regresamos a la tibieza y olvidamos la oración. Ninguno de estos casos es recomendable para la salud espiritual.

Es preciso orar siempre y sin desfallecer.

Llegados a este punto es preciso preguntarnos: ¿Qué es la oración? Y responder: “Es el dialogo, en ocasiones silencioso, entre dos enamorados que, independientemente del tiempo y del espacio, siempre encuentran gozo en cruzar sus miradas y simplemente sonreír”.

 

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