Es una de las hijas mayores del odio y le gusta salir a relucir con mucha frecuencia, sobre todo, cuando se practican actividades políticas donde se convierte en el arma predilecta para sacar del paso a los contenedores del caso, cuando de actividades electorales se trata, donde la similitud en aspiraciones en la ocupación de cargos públicos como también privados se demanden y alguien o algunos se atraviesen a los intereses que cuando son mezquinos y no existe por ninguna parte el bien social, entonces se busca el camino que se deba recorrer sin tropiezos, que para eliminar estos si se dan, entonces la ofensa acompañada del desprestigio es utilizada como herramientas bastante frecuentes para tal fin.
En el caso de las actividades políticas, para ser un buen político hay que alejarse de la ofensa, constituirse en su enemigo y hacerse rico depositando en el arca para tal fin, toda la cantidad de dinero fruto de su trabajo incansable y honesto que permita comprar de todo, menos la dignidad de la gente.
Para ser un buen político no deberá temerse a la ofensa, pues esta es pariente cercana de la hipocresía y ataca en todo momento amparada en los intereses creados y bajo la tutela del beneficio sin el trabajo del apoderado permanente, que es el contendor o contenedores, quienes afluyen en esta actividad de la política como moscas infectadas por el mal, en busca de lo que nunca les ha pertenecido y que nunca han anhelado: el bienestar social.
La ofensa es propia del débil de espíritu, amiga permanente del cobarde y socia con frecuencia del resentido social que nunca ha trabajado por estar siempre pensando en vivir de los demás.
Es una actitud incurable en los seres humanos sin sentimientos y sin estabilidad emocional alguna, pues no le permite diferenciar el bien del mal, el placer del dolor, cuya vista no le consiente llevar a su cerebro la distinción de los colores de la naturaleza, ni mucho menos la de los valores humanos.
No solo se ofende con comentarios sin el control de la verdad, se ofende también con el manejo de una mirada, con la dirección de una idea, con las actuaciones anormales en cualquier actividad comunitaria y en especial con las prácticas de intereses económicos y amorales que, no solo pisotean los bienes de los demás, si no la honra.
Hay que aprender a controlar el corazón, pues no somos seres perfectos, hay de todo dentro de la naturaleza humana, pero obrar con altura es una de las características que enaltecen a un buen hombre, a un buen ciudadano, a un buen altruista y a un buen amante de lo político.
La ofensa descalifica y menosprecia y cuando es de tipo moral, tocando el honor y la dignidad se sacia, y si no se tiene una formación básica suficiente no es fácil resistirla, entonces se procede a responder en la misma forma.
El control es la base de la rectitud. Quien no controla la ofensa, nunca podrá controlar el odio y este, sin restricciones, aparece en cada momento, en especial, cuando el corazón está enfermo, dando lugar hasta para irrespetar los valores humanos de los seres más allegados; entonces las ofensas se disparan a cualquier lugar con escopetas cargadas de diatribas que hieren más que balines de plomo.