X

La odiosa discriminación que hacen en Valledupar

Hace unos días estuve buscando la dirección del abogado y docente constitucionalista Rodolfo Ortega, a quien escogí para que hiciera el prólogo de mi próximo libro: “Constitución Política y Democracia”, una obra de compilación que he presentado para su publicación al Comité de Investigación, Ediciones Unicesar, de la Universidad Popular del Cesar 

Decidí entregarle el libro personalmente. Con la dirección en mano ubiqué el lugar en lo profundo del exclusivo barrio Novalito, esquina, con la famosa carrera cuarta. Un amigo me dijo que estaba cerca de la casa del cantante ‘Poncho’ Zuleta. 

Pero no crean que todo fue sencillo. La verdadera búsqueda inició desde que partí en busca de la dirección. Llegué a la carrera novena con calle 12, observando las nomenclaturas de las casas de los barrios El Carmen, Doce de Octubre, Obrero, Cañaguate, San Joaquín y Alfonso López. 

Noté que muchas casas no tienen nomenclaturas en las puertas de la calle ni colgadas en un andamio. Tampoco en las esquinas hay señales con números de carreras ni calles, mucho menos las señales complementarias del tránsito urbano.

Tocó poner en práctica las señas de los abuelos: ‘Llegas a la novena y cruzas por el parque El Viajero, pasas por la casa de balcones de Alfonso Araujo, cerca de donde vive Darío Pavajeau Molina y su esposa María Elisa. Luego cruzas por donde está el árbol de almendra. Sigues a la derecha y ves una casa de dos pisos color beige que tiene un portón grande. En la esquina siempre hay un vigilante sentado, recostado, en un taburete viejo. Es la tercera casa de esquina en donde siempre hay un carro parqueado’.  

Les cuento que copié al pie de la letra y optimista inicié la valiente odisea. Sin embargo, tenía a la mano la dirección y no tuve la necesidad de recordar la retahíla narrativa del amigo porque desde que llegué al barrio Novalito encontré atrayentes señales de tránsito (verticales) y horizontales con números de carreras y calles, en cada esquina. “Aquí no se pierde nadie”, me dije. 

Fue fluido mi recorrido. La búsqueda de la dirección del prestigioso escritor, Rodolfo, fue rápida y tranquila, hasta llegué a pensar en la veracidad que el barrio Novalito no se llama como tal, ahora es “El tuvo” como lo rebautizó alguien para señalar la crisis que se vivió después de las dos bonanzas: marimbera y contrabandista.  No se podría comparar el silencio sepulcral del momento con la alegría desbordante de otras épocas o de otros barrios en Valledupar.

Yo tenía tiempo de no transitar por esas calles, mucho antes de los fallecimientos de los políticos Manuel Germán Cuello, Alfonso Campo Soto, Alfonso Araujo Cotes y Lucas Gnecco. Anuncio que en estos días entrevistaré al patriarca liberal José Antonio Murgas, padre del departamento quien está a punto de llegar a los 100 años.      

Mis consejeros periodísticos Tíochiro y Tíonan me hicieron caer en la cuenta de la terrible discriminación que ejerce cada alcalde y los directores de transito de Valledupar. 

No se compadece la gran cantidad de señalizaciones de tránsito que hay en el Novalito frente al resto de los 174 barrios que tiene la ciudad. Incluso, hay unos que ni cuentan con nomenclaturas ni mucho menos con señales de tránsito verticales ni horizontales. “Uno se pierde en uno de estos barrios”, dije. Las autoridades del tránsito hacen caso omiso de esa obligación Constitucional de preservar la vida de los ciudadanos en estos menesteres y hacen uso de la odiosa discriminación social, como si la gente de un barrio es mejor o peor que los otros. Hasta la próxima semana.

Por Aquilino Cotes Zuleta.

Categories: Columnista
Aquilino_Cotes_Zuleta: