En alguna oportunidad me permití hacer alusión a este tema, pero muy tangencialmente; ahora me permito recordarlo de acuerdo con la situación difícil por la que estamos atravesando con una verdadera sindemia que nos permite tener y actuar con las mayores precauciones para la supervivencia humana.
En tal sentido digamos que toda acción política contemporánea, toda actitud o comportamiento solo puede situarse del lado de las fuerzas que luchan por evitar una catástrofe, pues la defensa de la naturaleza es en última instancia una defensa de nuestra propia especie.
Se trata de una nueva conciencia que al mismo tiempo que la adopción de una moral que debe ser planetaria, es decir, es el reencuentro de los seres humanos con su propia generalidad; este es un reconocimiento de la situación de emergencia que vivimos en todo el espacio terrenal, por el cual y dentro del cual las sociedades humanas existen, han existido y seguirán existiendo, esto dando lugar a una nueva filosofía y a una nueva ontología (estudia al ser y su existencia en general). Debe ser un nuevo alineamiento que empiece cada vez más a destrozar el campo de las políticas erróneas y de los comportamientos individuales y egoístas. Hay que pensar y actuar de manera colectiva en pro de una vida digna y justa para los seres humanos y su entorno. En la práctica nos encontramos frente a un extremo patético que llegó inesperado. En el pasado en las sociedades preindustriales, la naturaleza opera como sujeto mítico o religioso; es decir, encarnó en mitos y deidades diversas (religión de la naturaleza, así la llamó Marx), por lo que se puede decir que a través de ellos los seres humanos mantuvieron un diálogo e intercambio fructífero. Hoy en día en cambio la naturaleza, está sepultada por la visión racionalista, humanista y tecnocrática que se gestó como ideología primera y primaria del mundo industrial y ha logrado reaparecer arropada con una nueva vestimenta provista de un reconocido lugar en los ámbitos de la política.
Pero debemos expresar verticalmente que la naturaleza requiere para el momento forzosamente de interlocutores humanos, es decir, de traductores, intérpretes y defensores.
Por sí solas las reacciones iracundas y gigantescas de la naturaleza no son más que fuerzas ciegas neutras naturales. Dicho de otra forma, los impulsos que la naturaleza genera como reacción a los fenómenos que la afectan deben ser socializados y convertidos en una fuerza con significado humano, y finalmente en una potencia dentro de la necesaria comprensión de un juego político, que sepa lo que quiere decir estrategias políticas sostenibles.
De esta forma se cumple con un doble cometido: la politización de lo natural y la naturalización de la política, consecuencia última de que la naturaleza y la sociedad formen ya parte de un todo indisoluble.
Convertida en actriz, la naturaleza y sus defensores humanos irrumpen en los escenarios de una política en el mejor sentido y de esta forma actualizan y revitalizan una práctica hoy agobiada por el desencanto, el discurso anacrónico y la ausencia de alternativas reales en un mundo bastante deteriorado que se vuelve cada vez más complejo y de mayor riesgo.
NOTA: Nuestros alcaldes y gobernadores parecen estar conectados con el programa de la Policía Nacional con la sigla SEA (Salude, Escuche y Actúe). Así lo están haciendo nuestros funcionarios.