Por Celso Guerra
La estrategia utilizada por el publicista de Silvestre Dangond, al mostrar las fotografías de la caratula del próximo disco, IX Batalla, antes de conocer la luz pública, ha servido para que algunos personajes del Valle se vengan lanza en ristre contra éste, al argumentar que Dangond y Ochoa, vestidos de militares y portando armamento pesado, incitan a la violencia y nutren el ánimo belicoso, de por sí bastante caldeado, de los colombianos.
La razón para discutir, debía ser el contenido o calidad musical de este nuevo trabajo, que hasta el momento desconocemos, a excepción de dos canciones que se publicaron como expectativa.
No hay motivo para que desde Valledupar vapuleemos al artista número 1 del vallenato, Silvestre Dangond, simple y llanamente porque él tiene una concepción de vender su producto musical, distinta a la de hace cuatro o cinco décadas atrás, cuando la música vallenata aún no había salido de los corrales. Hoy que está posicionada en los listados musicales de América, requiere esa metamorfosis, y todos los factores de vida que involucran al hombre, son susceptibles de cambios y esa es la óptica de la IX Batalla, muy novedosa en su presentación visual y hay que respetarla, gústenos o no.
Tenemos que reconocer que cuando se rompen esquemas, lo obvio es que haya voces discordantes, que todavía no asimilan el cambio, que están contra los avances y se rasgan las vestiduras, dramatizan y exageran, porque los modelos tradicionales tengan los cambios que requiere el paso del tiempo.
Lo mismo ocurrió, cuando al maestro Luis E. Martínez, se le ocurrió combinar los bajos del acordeón con los pitos, para estructurar las notas vallenatas que hoy conocemos, sin las cuales no hubiéramos tenido el avance musical que hoy nos reconocen; entonces le llovieron rayos y centellas.
Alfredo Gutiérrez, después de integrar una de las agrupaciones más prestigiosas de Colombia, con la cual recorrió el mundo, “Los Corraleros de Majagual”, llegó con esa visión a la música vallenata y le incorporó la mayoría de los instrumentos de esta agrupación, incluyendo los coros; también fue satanizado y excomulgado como intérprete fiel del vallenato.
Razón tiene Carlos Bloom, al manifestar que la música mejicana, con una alta dosis de violencia, conquistó musicalmente a la generación de nuestros padres y abuelos, y no sufrieron ningún cambio en su personalidad, como argumentan los profetas del desastre que sucederá a los jóvenes de hoy, cuando observen la caratula del próximo disco de Silvestre.
Como siempre; buscamos la fiebre en las cobijas.
@celsoguerrag