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La noche en que mi mamá murió

 Por Jarol Ferreira Acosta

1. Desde hace meses ella estaba anoréxica por el cáncer. Era una lucha titánica hacer que tragara cada bocado de alimento, medicamento o incluso beber un sorbito de agua. Todos los días amanecía diciendo que se quería morir; me pedía que la ayudara, que no dejara que le dieran más comida, que la acostara, que tanto que ella me quería, en cambio yo…

Yo la adoraba, aunque no estuvimos de acuerdo en muchas cosas, la adoraba. Y ella a mí, por eso no pude ayudarla a acelerar su deceso como me pedía. Vamos mami- le decía- tienes que comer. Y le daba una palmadita en el brazo. Tienes que comer- le insistía, desesperado.

Ella me respondía- No me pegues, déjame. Bueno, pero tienes que comer- le decía yo. Y salía de su habitación, destrozado, a maldecir. 

2. La tarde fue muy caliente. Le pusimos un suero. Cuando se acabó, un par de enfermeras comenzaron la cada vez más imposible labor de hacer que se tomara media taza de sopa.

¿Ya? Me preguntó, luego de beber con dificultad un sorbito. Y yo,- No, todavía te falta, ya casi, pero todavía te falta. No quiero comer más, ayúdame, acuéstame, no me des más comida, me estoy muriendo, me quiero morir. Entonces se ahogó. Así no mami, respira por la nariz.

Y ella con los ojos abiertos al máximo, pidiendo socorro, y yo impotente. Respira por la nariz mami, respira por la nariz. Ayúdame, no te vayas, no me dejes. No mami, aquí estoy, no me voy a ir nunca. Ahora que termines de comer me acuesto aquí contigo y dormimos un ratico. Ella se dormía, apretando duro mi mano, hasta que me escabullía a cumplir con mi larga lista de obligaciones. 

3. A las cuatro de la tarde, me llamó una de las enfermeras: Joven, apúrese, su mamá está muy mal. Estaba cianótica, con la mirada perdida. Empecé a hacerle respiración boca a boca, hasta que llegamos al hospital, donde la terminaron de reanimar y recomendaron trasladarla a una clínica de más nivel.

A las siete de la noche, desistí de la recomendación médica, firmé el documento pertinente y nos regresamos a la casa, a intentar hacerla comer alguito.

Tres horas, para media tacita de cereales. A las diez PM vomitó lo poco que había comido. Se hizo tarde, afortunadamente mi intranquilidad me hizo permanecer al pie suyo hasta pasada la media noche, cuando su respiración y pulso nuevamente se alteraron y tuve quedarle respiración artificial, correr al hospital y parquear sin obstruir la salida de la ambulancia, pensando que tocaría salir a toda prisa hacia Valledupar.

Pero al cargarla, para depositarla en la camilla,  sentí correr su orina por mi bluyín y su cuerpo se hizo más pesado; entonces supe que había muerto.

 

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