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La naturaleza

No me resisto a  publicar la siguiente pieza filosófica y literaria a la vez. Viva la especulación y gracias sean dadas por  la felicidad que produce.

No la ves, como yo tampoco veo la mía. Sé que existe un poder invisible que no puedo conocer. Por tanto, ¿cómo quieres tú, que sólo eres una parte insignificante de mí misma, saber lo que no sé? El Filósofo. Los hombres somos curiosos. Quisiera saber por qué siendo como eres tan tosca en las montañas, desiertos y mares, eres, sin embargo, tan industriosa en tus animales y vegetales. La Naturaleza. ¿Quieres que te diga la verdad? Me han designado con un nombre impropio: me llaman Naturaleza y soy todo arte. El Filósofo. 

Esa palabra desconcierta mis ideas. ¿La naturaleza es arte? La Naturaleza. Sin duda. ¿Ignoras que se ha plasmado un arte infinito en esos mares y en esos montes que tan toscos te parecen? ¿Desconoces acaso que todas las aguas gravitan hacia el centro de la Tierra y sólo se elevan obedeciendo a leyes inmutables; ¿que esas montañas que coronan el mundo son inmensos depósitos de nieves eternas y madres de fuentes, lagos y ríos, sin los cuales el género animal y el reino vegetal morirían? Crees que tengo sólo tres reinos: el animal, el vegetal y el mineral, pero es menester que sepas que mis reinos son millones. 

Si te detienes a analizar la formación de un insecto, de una espiga de trigo, del oro y del cobre, todo te parecerá en mí maravillas de arte. El Filósofo. Es verdad. Cuanto más reflexiono más comprendo que eres el resultado del arte de un ser omnipotente que te oculta y te hace aparecer. Todos los filósofos desde Thales, y acaso muchos anteriores a él, han jugado a la gallina ciega contigo y han dicho: Ya te he pillado, pero no te tenían. Todos los hombres nos parecemos a Ixión, que creyó abrazar a Juno y sólo era una nube. La Naturaleza. Puesto que soy todo lo que es, ¿cómo un ser como tú, parte exigua de mí misma, ha de poder aprehenderme? Contentaos, hijos míos, siendo como sois átomos, con ver algunos átomos que os rodean, con beber algunas gotas de mi leche, con vegetar algunos momentos en mi seno y con morir sin llegar a conocer a vuestra madre y a vuestra nodriza. El Filósofo. Pues bien, madre mía, dime por qué existes y por qué existe todo lo del mundo. La Naturaleza. Te contestaré lo que respondo desde hace muchísimos siglos a quienes me preguntan sobre los primeros principios: no lo sé. El Filósofo. 

Sería preferible la nada a la multitud de existencias creadas para ser continuamente extinguidas, a la infinidad de animales que nacen y se reproducen para devorar a otros y ser devorados al ingente número de seres sensibles que padecen esa enormidad de sensaciones dolorosas, al exceso de inteligencias que rara vez conocen la razón. ¿Para qué todo esto, Naturaleza? La Naturaleza. No sé contestarte. Pregúntaselo al que lo hizo. Volter, Diccionario Filosófico.

Leída esta pieza de Volter, y pensándolo yo, quizá podemos ser menos pesimistas que él, diciendo que los humanos estamos en condiciones de distinguir en la Naturaleza dos poderes, uno externo que observamos y percibimos con nuestros sentidos y otro interno, que él llama invisible, propio de la investigación científica, y nada más,  sin misterios.

Por: Rodrigo López Barros.

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