Cuando inicié la escritura de mi pasada columna ‘La música y Dios’, la motivación era tratar de exponer algunos hechos y fenómenos que de alguna manera nos evidenciaran que la creación de la música y su ejecución colectiva, sobre todo esto último, eran prueba de la existencia de Dios, que suelo no asociar a religión alguna, solo como sinónimo de Arquitecto o creador del universo.
Por supuesto que no ha sido tarea fácil porque además el tema ha sido tratado a fondo por autores de la más alta calificación y mis herramientas son rudimentarias, pero aun consciente de esas limitaciones me creí con derecho a lo que se llama el “cuarto de espadas”, es decir, a jugar mi juego sin mirar ni hacia arriba ni hacia abajo.
Mi falta de profundidad en ese campo me llevó a lecturas de las cuales solo he podido aprovechar lo básico, la orillita, lo cual no hace menos apasionante el asunto.
Una de las ideas que más me puso a pensar fue la que expresa que “el papel de la música no es decorativo en la evolución humana”, que traducido nos invita a mirar que esta es fruto de “algo” único en el universo conocido y que tal como ya lo expresé se visualiza diferente a las leyes generales del cosmos con sus monótonos círculos concéntricos, etcétera. Esto es algo que se da en un ser viviente y que se debe tomar como el triunfo de la evolución, que no es fruto del azar sino una dirección impresa desde lo alto, si es que podemos expresarnos así.
Para quienes quieran profundizar les recomiendo revisar a John Eliot Gardiner en su libro ‘Bach, Music In The Castle Of Heaven’, que en su capítulo 14 expresa bajo el título de ‘El Viejo Bach’: “Monteverdi nos da toda la gama de las pasiones humanas en la música, el primer compositor en hacerlo; Beethoven nos habla de la terrible lucha que significa trascender la fragilidad humana y aspirar a la deidad; y Mozart nos muestra el tipo de música que uno esperaría escuchar al llegar al cielo. Pero es Bach, haciendo música en el castillo del cielo, quien nos da la voz de Dios en forma humana. Él es quien abre el camino, mostrándonos cómo superar nuestras imperfecciones a través de la perfección de su música: hacer de las cosas divinas humanas y de las cosas humanas divinas”.
Traté de encontrar la palabra y no di, pero dentro de las que candidaticé escojo a “ensamble” para significar lo que para mí es de lo más sublime cuando más de cien músicos interpretan una composición. Es todo un espectáculo ver y sobre todo escuchar la más absoluta diversidad sonando como algo único convergiendo a la elaboración de un único mensaje proveniente de múltiples fuentes.
Stephen Hawking, la mente más brillante de toda la historia, físico y matemático, primero expresó que Dios existía y escribió unas fórmulas para demostrarlo y luego, algún tiempo después, recogió lo dicho y con otra fórmula dijo que no. Queda uno confuso, viendo un chispero y no sabe a qué atenerse en ese sentido, tema que en charla coloquial expuse a un amigo, de esos que toman la vida con un sentido absolutamente pragmático y que ha vivido lejos de este tipo de especulaciones.
Se lo dije con ciertas ganas de ponerlo a patinar y me dijo: “No le creo a Hawking, ni lo uno ni lo otro, ni nada de lo que diga”. Y agregó: “Qué le voy a creer a un tipo que pertenece a un gremio que todavía no ha podido resolver con exactitud cuál es el residuo exacto de dividir 100 entre 3”.
Yo me quedo con Bach, que con su música ha llegado a tocar a Dios.
Si no cree en Dios escuche a Bach.