El 25 de agosto de 1954, la Asamblea Nacional Constituyente bajo la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla aprobó el derecho al voto de la mujer en Colombia.
Pero mi razón es que el voto femenino debe ser para quienes realmente se preocupen por la sociedad y no por géneros; el voto femenino debe ser la herramienta que permita zanjar diferencias, eliminar baches, estrechando a las personas de nobles sentimientos en torno a causas no menos nobles.
La erradicación de la pobreza es una de ellas y debe comenzar por la eliminación de diferencias injustas, en reconocimiento de méritos, de virtudes, todo ello orientado a la nivelación de ingresos y de prerrogativas laborales, de su respeto femenino. Ya hay unos adelantos sobre esa participación electoral de la mujer en el país, pero debería ser más copiosa, más extrema.
Se podría decir que la clase política ha sido injusta con la mujer y ésta, a su vez, no ha sabido aprovechar las oportunidades de reivindicación que ha recibido en manos de quienes abogaron por su representación y después se olvidaron de ellas. El voto de la mujer es un adulto mayor y como tal debe ser ejemplo de mesura, de oportunidad, de pertinencia, de racionalidad.
Desde esta perspectiva, digo que los hombres no han sabido portarse como adultos políticos. Y no faltan razones a quienes así piensen, el voto no tiene género y el voto del hombre y de la mujer sensatos están llamados a constituirse en la alternativa salvadora para el país, máxime en los actuales momentos en los que se hace necesario trazar un norte, un norte bien definido, con objetivos claros y con suficientes posibilidades de alcance, para que la comunidad del futuro recolecte frutos realmente importantes de sus anteriores generaciones.
Pero el voto femenino no se puede convertir en otra “cueva de rolando” en donde ellas también “entran” al negocio de la corrupción de este país en donde unos bandidos se roban hasta la plata para comprar los alimentos, la educación y la medicina de los niños y ancianos.
La mujer debe ser más participativa, más crítica, más protagonista y no dejar que esas virtudes las ejerzan las pocas que logran grandes cargos en la administración, ya que, con las excepciones, que seguramente las hay, las experiencias hasta ahora obtenidas evidencian que no es con representación de género sino con buenas representaciones como se hace efectivo un cambio en la vida de toda comunidad.
Reitero a nuestras mujeres en todo el país la invitación a que asuman el rol de analistas (sin mezcla de género) imparciales de la situación del país; que se postulen cuando estimen que tienen algo que ofrecer a sus compatriotas y/o que apoyen a aquellas propuestas que, racionalmente vistas, contienen buenas posibilidades para el país. El voto de la mujer debe dejar de ser un comodín porcentual en la política nacional y regional, para convertirse en un componente dinámico de la misma.
La mujer no puede ser ventrílocua de los bandidos en cada región del país, tampoco de prestar su nombre para seguir saqueando a Colombia, lo que se pretende es que la mujer reemplace al hombre con su carisma, su purificada idoneidad y su pureza como madre, abuela e hija.
Por lo tanto, el voto de la mujer tiene setenta años en Colombia, pero no por ello cesan las peripecias de las mujeres, sin las garantías que la legislación les asigna, entre ellos, el respeto que merecen en su condición de personas y especialmente de mujeres que luchan por sobrevivir en un mundo injusto que poco las protege. Hasta la próxima semana.
Por: Aquilino Cotes Zuleta.