Equivocado está quien dice que ya es hora de darle la bienvenida a la mujer a la vida pública, porque hace décadas que forma parte de ella. Lo que sí amerita una congratulación es una nueva posición de las féminas, en torno a una revisión de su rol en la comunidad y en sus aportes a la misma, desde su condición de mujeres, que no por ser diferente es inferior a la condición masculina.
En lo que sí no debe haber dudas es en lo relacionado con la posición de la mujer en el mundo actual, muy diferente del hombre en cuanto a derechos y oportunidades.
Pese a la incertidumbre, la mujer podrá provocar, en estas elecciones al Congreso, su cuota participativa a un sistema de gobierno paternalista, con parlamentarias nativas como Imelda Daza Cotes, Alexandra Pineda, Sol María Liñán.
El voto de la mujer en Colombia (Cotes Zuleta, A. 2020) como lo denominé hace un tiempo en un artículo, tiene más de sesenta años en Colombia, pero no por ello cesan las peripecias de las mujeres trabajadoras en multinacionales que operan en el apartado de las zonas francas del país, con salarios inferiores y sin garantías.
El voto femenino debe ser para quienes realmente se preocupen por la sociedad y no por géneros; el voto femenino debe ser la herramienta que permita zanjar diferencias, eliminar baches, estrechando a las personas de nobles sentimientos en torno a causas no menos nobles.
Se dirá que los hombres no hemos sabido portarnos como adultos políticos. Y no faltan razones a quien así piense, pero, el voto no tiene género y el voto del hombre y de la mujer sensatos están llamados a constituirse en la alternativa salvadora en estas elecciones en el país.
La mujer debe ser más participativa, más crítica, más protagonista y no dejar que esas virtudes las ejerzan las pocas que logran grandes cargos, ya que, con las excepciones, que seguramente las hay, las experiencias hasta ahora obtenidas evidencian que no es con representación de género sino con buenas representaciones como se hace efectivo un cambio en la vida de toda comunidad.
Pero, el voto de la mujer debe dejar de ser un comodín porcentual en la política nacional, especialmente en el Cesar y La Guajira, para convertirse en un componente dinámico de la misma.
Algunas creen que su independencia de la clase política será una realidad si asumen un rol de enemigas de esa clase política, lo cual es una utopía; otras, incurren en el error de pregonar como representantes de la mujer, prometiendo luchar por y para la mujer colombiana, quizá con el ánimo de aprovechar los efectos de quienes, en nombre de la liberación femenina, proponen acciones que apuntan al detrimento de la sociedad colombiana.
El entusiasmo inicial de la mujer colombiana cuando accedió al voto físico ha decaído y lo que más preocupa en ese sentido es que la mujer promedio en Colombia ha aumentado en mucho su grado de escolaridad y de formación intelectual. Si se establece un paralelo entre la mujer habilitada para votar en el año 1957 y las mujeres que votan en la actualidad, se observa que existe una línea decreciente en el comportamiento electoral de la mujer.
Cabe preguntar ¿Qué ha obtenido la mujer en más de medio siglo de aportes a la democracia, a través del derecho a elegir y ser elegida? ¿Está hoy la mujer en mejor condición que cuando era víctima de la mordaza y las cadenas que le impedían expresar en las urnas su opinión? Hasta la próxima semana.
Por Aquilino Cotes Zuleta