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La muerte de la Naturaleza (II)

Para la mente moderna, la presunción de que la existencia solo puede concebirse de modo claro e inteligible parece una obviedad casi banal y, sin embargo, el argumento de que la existencia debe ser captable por la mente humana constituyó un giro de enorme trascendencia. En agudo contraste con la noción de Tomás de Aquino del Ser como “Algo de profundidad incognoscible e inanalizada” para la filosofía moderna la realidad no posee cualidades profundas; lo incognoscible se convierte en lo que todavía no se conoce, de modo que el conocimiento queda limitado a lo que es racional, conceptual y empírico. A medida que esta concepción se fue afirmando, la Tierra se fue vaciando de esos poderes no identificables por la ciencia mecánica.

La presunción de la nueva ciencia acerca de la posibilidad de conocer la realidad parece hoy indiscutible la alternativa es caracterizada como supersticiosa y, sin embargo encontró la resistencia de los poetas, de los filósofos y de la gente común. En la nueva ciencia, la “vida” ya no encerraba algo misterioso en su núcleo sino que se volvía captable en términos biológicos, lo cual mataba cualquier idea de una Tierra viviente, no obstante, llevó algún tiempo desterrar esta idea del terreno del publicó. En 1817, el filosofo George Hegel escribió que “La Tierra es una totalidad viviente o un organismo individual por que es la totalidad de todos sus propios procesos químicos”. Goethe, así mismo se refirió a la Tierra como “Un cuerpo terrestre viviente”.

Y en 1851, Thoreau lo dijo con estas palabras: “La Tierra no es una masa muerta e inerte”. Es un cuerpo que tiene espíritu, es orgánica y es la más viviente de todas las criaturas.
Robert Boyle, quien en el siglo XVII sentó las reglas de la experimentación transmitida por la Royal Society. Boyle en su libro de 1686, titulado Libre investigación sobre la nación comúnmente aceptada de naturaleza, imaginó el mundo como una marioneta movida por una fuerza divina que podía pasar por encima de cualquier proceso mecánico que pudiera verificarse

En esta nueva concepción, el mundo era como “Un extraño reloj” que una vez construido sigue funcionando de modo que “todas las cosas se comportan de acuerdo con el diseño originario, sin ninguna intervención posterior de Dios, el Relojero”. Esta teoría según Boyle era compatible con la opinión de la iglesia acerca del papel más distante del ser divino. Dios estaba siendo exiliado de la Tierra en algún reino aparte. Si en cierto momento Dios hubiera decidido pasar por encima de las operaciones del mecanismo de relojería que no sabe más que de materia y movimiento, el resultado hubiera sido concebido como un milagro en lugar de un Dios que a la vez trascendía el mundo y vivía en su interior.

*Especialista en Gestión Ambiental

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