Por: Valerio Mejía Araújo
Por esta misma razón, poned el mayor empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento… 2Pedro 1:5
Las tareas de la vida y la vida misma pueden convertirse en algo monótono. Por eso es que San Pedro nos exhorta a que pongamos toda diligencia en participar de nuestra naturaleza divina, añadiéndole a nuestra vida: fe, virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad, afecto fraternal y amor.
Obrar con toda diligencia es poner el mayor empeño, esforzarnos al máximo, ponerle ganas a lo que nos hemos propuesto.
Añadir es el secreto del crecimiento; no quedarnos estancados o detenidos rumiando nuestra propia frustración porque aún no llega lo que esperamos o entrar en pasiva satisfacción por haberlo ya alcanzado. Añadir es mantener un constante crecimiento, una búsqueda permanente, a no estar satisfechos con lo que somos o tenemos ahora; sino a vislumbrar siempre la manera de avanzar en pos de nuestras metas, concentrándonos en formar hábitos piadosos. Debemos añadir a nuestras vidas todo aquello que implica el carácter y que nos hará mejores personas cada día. Ninguna persona nace con carácter, sino que lo debemos desarrollar.
Tampoco nacemos con hábitos compasivos y sentimientos nobles; sino que se van formando basados en los principios y valores que van moldeando nuestras vidas. No fuimos creados como copias al carbón, modelos en miniatura de Dios; sino que, siendo conscientes de las limitaciones de nuestra propia humanidad, fuimos hechos para que manifestemos en la vida diaria el milagro de su gracia. Ahora bien, son las tareas monótonas, aquellas lineales, sin altibajos ni variedad, las que revelan mi verdadero carácter.
Un peligro latente en nuestras labores, es la tendencia a siempre intentar hacer grandes hazañas. Aún no hemos aprendido a disfrutar de las cosas pequeñas de la vida, de aquellas que juntas conforman nuestra cotidianidad, aquellas que carecen de iluminación espiritual, que no tienen emociones ni desafíos rimbombantes, sino que son las tareas comunes y corrientes de todos los días.
La rutina es el método que Dios tiene para preservarnos entre los tiempos de inspiración, entre los picos altos de motivación. No debemos esperar que Dios nos dé siempre aquellos momentos emocionantes, sino que debemos aprender a vivir con gozo en el ámbito de la monotonía por la gracia de Dios.
Añadir, como proceso constante, no será fácil, pero si nos sumergimos en la búsqueda de la excelencia, sí actuamos de acuerdo con las altas expectativas que Dios tiene para nosotros y nos esforzamos por obedecer, toda la omnipotencia de la gracia divina estará a nuestra disposición mediante la expiación de Cristo.
Mi invitación de hoy, es a seguir añadiendo cada día a nuestra vida, así estaremos seguros y confiados sobre la roca firme de los siglos: ¡Cristo!
Saludos y Bendiciones…