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La minería del carbón: Locomotora o aplanadora

Por: Imelda Daza Cotes

Contundentes las crónicas de Mauricio Gómez en CM& sobre la minería del carbón  y las regalías que por este concepto se perciben en el departamento del Cesar. Son impactantes no sólo los relatos y las cifras sino las imágenes. Reflejan una catástrofe ambiental de proporciones tales que en pocos años la región puede llegar a ser inhabitable. Si a esto se suman la pobreza generalizada después de 25 años de explotación minera, la escasa dotación urbana de los pueblos “dueños” de esos recursos mineros, más la ruina moral representada en la más descarada malversación de fondos públicos, se puede afirmar sin exagerar que el Cesar fracasó, y con él su capital, una ciudad que según el cronista “sigue en una larga siesta que no le ha permitido tener un solo proyecto relevante en los últimos 15 años, no hay transporte urbano y los cinturones de miseria siguen creciendo”, y donde “los paramilitares siguen incrustados en todas partes, pero la discreción en Valledupar es todavía una cuestión de supervivencia”.
El Plan de Desarrollo del gobierno nacional 2010-2014 contempla 5 locomotoras –innovación, infraestructura, agricultura, medio ambiente y minería-  que moverán las 4 metas propuestas: creación de empleo, reducción de la pobreza y de la informalidad, y crecimiento de la economía. En realidad estas locomotoras no son propiamente medidas de política económica,  pero aceptemos que son medios a emplear y que podrían impulsar la economía. Sin embargo, en la práctica, los motores de la economía en los últimos años han sido el libre comercio y la inversión extranjera, canalizada en gran parte hacia la minería; ambos frenan la agricultura y la innovación. El desproporcionado incremento de las importaciones ha afectado la producción agropecuaria nacional, la ha desestimulado, y así tampoco hay lugar para la innovación. La minería ha crecido, pero su aporte al PIB es escaso, es un sector que no tiene un efecto multiplicador notorio, transfiere poca tecnología, genera poco empleo y ocupa básicamente mano de obra no calificada; no genera encadenamientos productivos importantes, su valor agregado es mínimo y encierra enormes riesgos ambientales, es decir, es una locomotora que le chupa el combustible al medio ambiente.
En el Cesar, la minería del carbón puede calificarse de catastrófica, no sólo por los efectos funestos sobre la naturaleza y la salud de los habitantes  sino por el escaso aporte económico y por los efectos colaterales asociados a la corrupción  y a la descomposición moral y política. La zona carbonífera abarca cerca de 80 mil hectáreas, genera unos 8 mil empleos directos y unos 12 mil indirectos, muchos menos de los que genera la agricultura.
El daño ambiental parece irreversible. El aire que respiran los habitantes de la región carbonífera está contaminado, y los problemas respiratorios de la población infantil crecen. El movimiento continuo de los camiones y las explosiones generan una nube tóxica que, sumada a la polución por el mineral transportado en trenes hasta Santa Marta, modificó el aire para siempre. Las fuentes de agua en todo el departamento están también afectadas; los ríos, arroyos y acequias se secan y se contaminan, pues recogen desechos mineros, muchos de los cuales van a parar a la ciénaga de Zapatosa, el complejo de lagunas más grande de Latinoamérica, que sufre con frecuencia taponamientos ocasionados por el desequilibrio ecológico.  El cronista asegura, sin exagerar,  que se está fraguando un holocausto ambiental,  a pesar de lo cual no existe ningún estudio ni evaluación del impacto que la minería del carbón tiene sobre la región; tampoco hay planes de ordenamiento ni de manejo de las cuencas hidrográficas, lo cual quiere decir que todo está permitido.
En el Cesar se han perdido 180 mil hectáreas cultivables y 40 mil empleos directos. El drama no para ahí, pues la zona de explotación minera amenaza con ampliarse a todo el departamento. Es decir, no quedará área libre de desastre. ¿A dónde van a ir los cesarenses cuando esto sea una realidad, es decir, cuando todo el departamento sea una gran mina de carbón, oro y níquel?
A la tragedia ambiental se agrega la malversación de los dineros provenientes de las relativamente escasas regalías.  Produce estupefacción enterarse de lo que ha ocurrido. Billones de pesos han sido despilfarrados sin control, sin temor, sin escrúpulo  y  en impunidad total. Hospitales, colegios, parques, terminales de buses, plantas de tratamiento, redes de acueducto y alcantarillado, en fin, todas las obras de infraestructura urbana que urgen los pueblos del Cesar  se  exhiben hoy inconclusas y abandonadas, como “monumentos” a  la desidia, a la indolencia y al saqueo del erario público.
Todo dice que la minería del carbón en el Cesar,  lejos de ser una locomotora del desarrollo, se ha convertido en una aplanadora ambiental, económica y moral.
Mañana martes hay que marchar contra la violencia urbana, pero también contra la violenta corrupción.

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