Por: Amylkar D. Acosta M1
La baja de la calificación de la deuda soberana de los EEUU por parte de Standard & Poor´s de AAA a AA+, sirvió de detonante de una gran turbulencia de los mercados bursátiles en el mundo. La degradación de la deuda se dio a pesar del forzado acuerdo al que llegaron demócratas y republicanos en el Congreso estadounidense, a tan sólo 48 horas de vencerse el plazo estipulado para evitar entrar en default (cesación de pagos).
El Presidente Barak Obama quiso conjurar este peligro proponiéndole al Congreso subir el techo de la deuda, ya de por sí elevada (US $14.57 billones, sobrepasando el 100% del PIB), y reducir el déficit fiscal de casi el 10% del PIB mediante el recorte de gastos no esenciales y aumento de los impuestos a los archimillonarios.
Con la testarudez que lo caracteriza, el Tea Party, el sector más retrógrado de la bancada republicana, se opuso con pies y manos a dicha iniciativa y terminó saliéndose con la suya al contar con la connivencia de sus correligionarios. Al borde del abismo, Obama flaqueó y terminó dando su brazo a torcer, cediéndole terreno a la derecha ultramontana, arribando finalmente a “un acuerdo terrible para evitar el caos”, como lo calificó el New York Times. A través del mismo se permitió elevar dicho techo por un valor de US $2.1 billones al tiempo con una reducción del déficit en al menos US $2.5 billones, con miras a bajarlo hasta el 3% en 2016, pero sin tocar los impuestos.
Terminaron primando los intereses partidistas de los republicanos de cara a las elecciones presidenciales del 2012, que tratan de socavar la imagen de Obama, aprovechando el río revuelto para pescar con dinamita. Después de estas peripecias la S & P cumplió con su amenaza y le quitó la tarjeta dorada a los EEUU, al considerar que el acuerdo alcanzado es insuficiente.
Pero, es que el problema planteado por la insostenibilidad de la deuda pública Federal no es algo aislado, está ligado al anémico ritmo de crecimiento de su economía, el cual no le ha permitido sobreponerse a la crisis propiciada por el estallido de la burbuja inmobiliaria. Tanto es así que mientras en el último lustro el PIB de los EEUU a duras penas tuvo un crecimiento cercano a los US $1.7 billones, esto es un 12.5%, la deuda pública experimentó un crecimiento vertiginoso, impulsado por los programas de estímulo fiscal para enfrentar la crisis, del orden de los US $6 billones, casi un 73% (¡!). Por ello, tiene toda la razón el Representante demócrata de Missouri Emanuel Cleaver cuando calificó dicho acuerdo como “un sandwich satánico”, porque a través del mismo, al recortar el gasto público, se le pone el freno de mano al crecimiento de la economía. Esta medida en las actuales circunstancias resulta contraproducente por su carácter procíclico, contribuyendo a acentuar el estancamiento de la economía. Bien ha dicho el FMI que “La idea de que la austeridad fiscal desencadena un crecimiento más rápido en el corto plazo está poco respaldado por los datos”.
Como lo afirma el columnista del The New York Times Robert Kuttner “el abultado déficit presupuestario es una consecuencia de la crisis económica, no la causa. Si se suman medidas de austeridad a una economía débil, el poder adquisitivo no puede sino seguir declinando…La austeridad universal es un remedio perverso, ya que reduce la demanda y hace que sean menos los clientes que compran productos”. Y de esta manera se cae en un círculo vicioso, pues, como lo hace ver el economista de JP Morgan Chase en Londres Greg Fuzesy, “si el crecimiento resulta más débil de lo esperado, deteriora la posición fiscal de los gobiernos que tendrán que adoptar nuevas medidas de austeridad” y así at infinitum. Bien dijo Winston Churchill que “los estadounidenses hacen lo correcto, una vez que han intentado todo lo demás”; habrá entonces que esperar a que algún día acierte.
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