Por: CIRO QUIROZ OTERO *
No cabe duda alguna que la medicina tiene como objeto el conocimiento del cuerpo humano concomitante con la aparición del hombre en la tierra, en el instante en que Prometeo, legendario griego, modeló hombre y mujer infundiéndoles vida simultánea a partir de un puñado de barro y de las migajas fugadas de sus dedos, surgieron los vegetales.
La biblia tomó la leyenda, da vida al hombre, y de una costilla suya, creo la mujer. Pero primero existió la diosa griega Ilitia, genio femenino de hermosa crueldad como la naturaleza, permitía los alumbramientos o los retenía por venganza.
Fue Quirón, mezcla de humano y caballo, quien enseño el arte de curar a los demás, valiéndose de la música y la adivinación. Era inmortal según la leyenda, pero gravemente herido por Heracles con una flecha envenenada, trasmitió su inmortalidad a Prometeo. Al morir voluntariamente, puso fin a sus terribles padecimientos.
Desde entonces el ser humano con instintos y apetencias ha sido dueño de imágenes, ideas y pensamientos, viajando por laberintos simbólicos vence unas veces y sucumbe en otras. Expedicionario de supervivencias, se reconoce ante su propia experiencia.
Hermes Trimegisto, tres veces grande, fue mago y misterioso agente de la alquimia considerado padre de la farmacopea y la química. Inventó el símbolo médico, cuando frente a dos serpientes que peleaban les lanzó su bastón de curandero hecho en oro y los dos ofidios enroscadas formaron un arco, con sus cabezas separadas mágicamente, se miran con odio entre sí.
Dionisio interpretó la fuerza cíclica, como descubridor de la regeneración del ser por el vegetal. Proveyó a la humanidad de la panacea sicológica para las penas a través del vino y la hiedra, curas para el cuerpo y para el espíritu. Es padre del analgésico en la antigua Grecia.
Esquivar el dolor y evitar la enfermedad para mejorar la endeble función humana, fue el propósito de aquellos fundadores de la medicina. Galeno sostuvo que quien quisiera ser médico, habría de inspirarse en los proverbios de Homero y concluyó, que quien pretendiera ser mejor médico, tendría que lograr primero, ser mejor filósofo.
Hipócrates observador del medio ambiente, pensó en los elementos constitutivos del universo: Agua, Fuego, Aire y Tierra, presentes en el ser humano para su equilibrio. Predicó un balance entre el hombre y su medio incluyendo una dieta, como estilo de vida adecuada.
Salud y ánimo fluyen de la observancia de las estaciones, como origen y evolución de la vida. Escudriñar la naturaleza en sus manifestaciones, le sirvió a Hipócrates para catalogar las enfermedades por sus causas exógenas y endógenas. Y la antigua sabiduría China, creía que las enfermedades tienen espíritu propio y la función del médico era eliminar o equilibrar al manifestarse.
Frente al milagro de su propia imagen, primero fue la magia al carecerse de explicaciones sobre fenómenos naturales. Generación tras generación, y paso tras paso el hombre caminó hacía la ciencia, para preservar y prolongar la vida. Y con introspección no solo de carácter biológico, mira como disipar el sufrimiento.
En su recorrido la medicina ha superado mitos, sortilegios y enigmas, sin explicarse aún las causas varias del dolor: sicológicos, fisiológicos y reflejos.
Razones sobran para dudar de la existencia de enfermedades en si mismas, y afirmarse que hay solo enfermos. ¿Será entonces que el cuerpo humano cumple su acometida receptiva e instrumental como aglutinante de múltiples efectos y causas, en una red indefectible de acciones y reacciones, explicable hipotética y científicamente por la evolución?.
Descifrar el tejido humano ha sido y es un reto que se debate en las entrañas de las ciencias naturales, con el hombre como centro de La física, la química, la biología, la antropología, la sicología y la economía, buscando explicaciones como se compone, se sigue ajustando esta vivencia experimental que osamos en llamar condición humana, sin saberse todavía porqué hemos llegado a ser lo que somos, y en el futuro lo que podamos ser.
Ocasiones hay en que la vida se transforma en algo doloroso y tormentoso. Es la encrucijada. Una parte de mi figura me dice que debo ser libre, y otra se opone y dice que no. Es el dolor. Es que la muerte no está programada genéticamente, no hay gen alguno que encierre la clave para saber el momento en que confinan la vida y la muerte, que ocurre, al romperse el equilibrio entre el nivel de agresión que sufre el organismo y la regeneración defensiva de las células.
Frente a estas ideas, la vida no es otra cosa que una temporalidad relativa y experimental, a la espera siempre de posibilidades que la habiliten para una buena supervivencia.
No hay que emular con Adriano en sus Memorias. Emperador insoportable y obstinado en no visitar a su médico en busca de cura, pues parapetado en su condición imperial, creía que su investidura podía servirle para todo…, y se murió.
* Abogado