Por: José Gregorio Guerrero
Patillal no fue ajena a la gran crisis mundial de 1929. Mientras las potencias europeas se intentaban recuperar de la primera Guerra; en Patillal se sentían los coletazos de tal cataclismo económico.
Me dice Raúl Hinojosa Daza que hasta la naturaleza lo sintió “el ganao se puso triste, con la cara larga; los ríos bajaron sus crecientes, y la tierra se cuarteo, los sabanales parecían jagüey en verano, y hasta al cielo se le olvido llover” para esos días se encontraba temperando en Patillal don Casimiro Raúl Maestre que al ver la tierra patillalera en condiciones extremas no dudó en enviar al Blandón por una vaca gorda para sacrificarla y regalársela al pueblo patillalero.
Me dice Raúl que los habitantes se morían de tristeza. Y recordó a aquel patillalero que se fue de valiente a morirse como se muere el pueblo a la guerra de los mil días, y regresó ileso, y murió de la tristeza por que nadie le había guardado luto “los patillaleros somos gente sensible, de llanto fácil, todo nos duele, pero al poco tiempo olvidamos las cosas malas” me dijo mientras recordaba esa niñez de pocos juegos y de hombre serio que le inculcó su padre Roberto Hinojosa Martínez casi que dentro en un régimen militar.
La media nube( la vaca) fue sacrificada, la repartición fue equitativa. Dio de a kilo por familia. Todo para pasar una navidad como la acostumbraban a recibir. Todo el pueblo agradeció el acto de filantropía, cuatro niños en señal de agradecimiento fueron los encargados (por iniciativa propia) de dar las gracias al benefactor. Ellos fueron: Armando “yio” Pavajeau, Raúl Hinojosa Daza, Rafael Calixto Escalona Martínez y Jaime Molina.
A uno de los cuatro se le dio por hacerle unos versos; y con palitos y latas en mano se lo cantaron en nombre del pueblo patillalero. Fueron estos amigos lectores una de las primeras composiciones del maestro Escalona que decía así:
Don Casimiro Maestre es un caballero decente…….
Mató a la Media Nube para darle a toda la gente.
El premio a los cuatro muchachitos por parte del benefactor, fueron cinco chavos a cada uno. Eso me contó Raúl con los ojos húmedos y recordando en el patio de su casa esos tiempos idos que nunca reversarán.