La historia de 70 años atrás me remonta al social liberalismo en la provincia, cuando el comercio un poco fuera de las manos del Estado, entre esta región y Venezuela se generaliza el intercambio de productos, en especial el café, en donde Villanueva y sus asiduos comerciantes no fueron ajenos a estos intercambios y sin caer en las redes del contrabando, los productos de la canasta familiar eran los más apetecidos. Existían como es lógico los estratos sociales necesarios en cualquier actividad organizativa y sus escalas eran miradas con dignidad y respeto por unos y por otros bajo la aristocracia del complejo del ser egotista y superior en sus falsas concepciones de las escalas de la vida con sus necesidades, bajo una esclavitud mal entendida.
Corría el año de 1957 cuando un cielo grisáceo cubría de luto a Villanueva, pues fallecía la que después de conocer su historia he llamado “La matrona de la caridad cristiana”, virtud esta de mucha escasez en personas y familias de estadios aristocráticos descendientes de esas civilizaciones extranjeras que llegaron por estas tierras a mediados de los años 1900 bajo las crisis y guerras europeas y del medio oriente. También aparecieron bajo el éxodo interno familias en busca de un futuro mejor amparadas en ese espíritu de trabajo que a través del comercio había sido heredado de la estirpe santandereana, cuna de las ideas liberales, pero también cuna del respeto por las filosofías conservadoras.
Pocas veces la vi en la iglesia, donde se recibe el pan celestial y se reza la oración, porque a la hora del sacrificio divino, cuando otras matronas los recibían, ella andaba por los barrios de la ciudad, de choza en choza, repartiéndolo. La limosna que recibe el mendigo de manos piadosas, es pan eucarístico de Dios. Los misioneros se internan en la selva y tampoco lo reciben, porque lo están repartiendo a los desheredados de la fortuna. Ella construyó en su corazón una ermita ambulante para oficiar en nombre de Dios.
Su casa fue un centro social y un asilo; y era de ver el derroche de cultura natural con que abrumaba a los invitados a las fiestas. Luego con humildad franciscana, se retiraba al patio donde siempre tenía una concentración de seres desafortunados. Dialogaba con ellos y los colmaba de las mismas atenciones; ejemplo edificante que deja esta excepcional mujer a la generación que se levanta; severa lección para la que va feneciendo. Decía de ella, el dia de su funeral, Juan Orozco Ariza, en una elegia muy sentida para los que manejamos las emociones.
En los momentos en que la familia se aglomeraba en su casa, vivía una especie de felicidad momentánea cuando bajo el ojo de la cerradura de las puertas con falsas trancas de su viejo caserón, observaba con dulzura cómo sus nietos esculcaban sus baúles en busca de monedas para satisfacer luego sus caprichos de niños de aquellos tiempos.
Honró a muchos con su amistad pues sus múltiples virtudes irradiaron con la gratitud el corazón de sus servidos. Mujer humilde de estirpe campesina que con la noción del trabajo honrado en su mente y en su corazón, adquirió una fortuna que, si a otros envanece desviándose de los caminos de Dios, ella la utilizó para resolver problemas de convivencia social difíciles en aquel entonces, donde la esclavitud estaba en su máximo apogeo y que aún hoy existen muchos rescoldos por barrer, y así sus puertas siempre estuvieron abiertas para el necesitado.
Esa fue Rosa Quintero Acosta de Martínez, villanuevera de cuerpo, corazón y bondad, quien proveniente de raíces nortesantandereanas, decantó con sus emociones que se convirtieron en sentimientos de amor y respeto, y que a la mano de los comercios informales de la época en su almacén de abarrotes, se lograban utilidades en morocotas de oro y plata que así como aumentaban su fortuna a su vez se convertían en pan para sus socorridos y en servicios sociales permanentes para amigos y familiares, y quien al lado de la serenidad y paciencia de los Martínez, apellido de su alianza matrimonial, logró un imperio de bendiciones para su pueblo a través de su sensibilidad social amparada con sus obras, cumpliendo así los mandamientos de Dios a través de las tablas de Moisés.
Fue el modelo del socialismo, que para la época no era de buen gusto dentro de la jerarquía social, pero esta hermosa mujer con personalidad y su carácter derramado del cielo impuso su criterio de servicio para con los necesitados y pudientes de su pueblo. Fue una verdadera matrona que amasó un gran capital, hoy diseminado dentro de sus familiares esos bienes materiales, como también diseminados en el corazón y la mentalidad de sus gentes el don de la sensibilidad, del servicio social y de la caridad cristiana, que llevaba intrínseca la filosofía francesa de aquellos tiempos del libre comercio y del trabajo con el liderazgo innato de los defensores de la vida digna. Esta noble señora seria merecedora de una exaltación regional como ejemplo real para la sociedad presente y futura de la región.
Nadie deberá ser olvidado cuando su sensibilidad social ha tocado un mundo que por pequeño que sea, el don del servicio se haya sentido. Hay que vivir para servir, ya lo decía la madre Teresa de Calcuta. Y Rosa Quintero, vivió bajo el manto del servicio a través de su sensibilidad cristiana bien entendida.
Por Fausto Cotes N.