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La maestra de Mariangola y el Santo Cristo

Imagen del Cristo, José Atuesta y Belky Salas.

Juana, llegamos a Mariangola- Le dice Ena Socarrás de Morelli, su cuñada. La guía del viaje. Son las 10 de la mañana. Primer lunes de febrero de 1954. Se bajan del carro, que sigue la ruta Valledupar – Fundación.

Las casas del poblado están distantes entre sí. A pie, las dos mujeres inician el recorrido con el sol derretido en las sabanas; cuando se aproximan a la casa donde se van a hospedar, Ena llama en voz alta a Jacinta Becerra de Maestre, la dueña. Nadie responde. Un perro pastor de ovejas vigila la puerta, y finge dormir ante la llegada de las visitantes. (Dicen que los perros conocen las intenciones de los visitantes).

Ena invita a Juana a sentarse. Pronto ven llegar a Jacinta del río con una ponchera de ropa en la cabeza. Se detiene en la puerta: —Ya sabía yo que hoy iba a tener visita; el fogón hizo huésped esta mañana. Bienvenidas— Ena, responde—Jacinta, traigo a Juana Mindiola de Atuesta, la maestra, para este pueblo que tanto la necesita. Juana es mi cuñada y usted es mi familia, por eso la traigo a su casa—

A las 3 de la tarde, Ena emprende su regreso a Valledupar. La maestra acomoda sus cosas en una pieza. Con oraciones calma el insomnio de la primera noche que pasa lejos de su casa. Al día siguiente recibe la visita del comisario, Vidal Ortiz, quien se ofrece para avisarles a los padres de familia de su presencia y la apertura de las matrículas.

El fin de semana su esposo, Eleuterio Atuesta, quien trabaja en Valledupar llega a Mariangola. Le agrada el entusiasmo de la maestra por iniciar el trabajo; pero le fastidia el enjambre de mosquitos. En la mañana, antes de emprender el viaje de regreso, y disimulando apenas el escozor, le habla con voz suave a su esposa: -Juana, renuncia. En este plaguero de jején no se puede vivir. Renuncia, yo aquí no me quedo-.

La maestra se llena de fortaleza para no lapidar con su llanto el alma del esposo. Y le responde: -Ten paciencia-.

Los padres de familia al principio no mostraron interés por la matrícula. Los cuatro profesores nombrados el año anterior no resistieron sino dos semanas, por el asedio del mosquito jején. Las clases se inician con pocos alumnos, pero a finales de febrero se completó el número de matriculados.

En el mes de abril, la maestra y su esposo ya viven en casa arrendada. El cariño de los alumnos y el respeto de los padres son racimos de lluvia para ella, que empieza a sentir el pueblo como una parte de su vida. 

Indagando sobre las costumbres religiosas, conoce a Francisco Quiroz Castañeda, quien heredó de su madre, Feliciana Castañeda, la tradición de hacer la velación al Santo Cristo, el 14 de septiembre.

Por esos tiempos en que llegó la maestra, ya no se escuchaban los acordeoneros de viejos juglares tocando merengues en la velación; en cambio, sí estaba de moda el salón de baile de Juana Ochoa, con un potente tocadiscos de bocina metálica. La maestra se aprovecha de la influencia de su madre, Sara Corzo, para visitar en Valledupar al sacerdote

José Agustín Mackenzie ‘Guarecú’, y pedirle en regalo la imagen en bulto del Cristo, y lo invita que vaya al pueblo a celebrar la santa misa.

En efecto, el 14 de septiembre de 1955 es celebrada la Eucaristía en el aula de la escuela. Al año siguiente se saca la primera procesión. Y ¡vaya sorpresa!, sólo asisten la maestra y sus estudiantes, quienes por incurable timidez delegan en uno solo la responsabilidad de cargar con el santo durante toda la procesión. Luis Martínez, más conocido en el pueblo como ‘Lucho Leandra’, fue el penitente carguero. Para el año siguiente, sería mayor el fervor religioso. En 1961, monseñor Vicente Roig y Villalba celebra la Eucaristía y, con un grupo de sacerdotes, acompaña al pueblo en la procesión con una imagen del santo de gran tamaño que había regalado Pepe Castro. La maestra está feliz, su sueño de magnificar la fiesta del Cristo era una realidad.

Con la fiesta organizada y el poblado ascendido a corregimiento, la maestra y los devotos del Cristo ven la necesidad de una iglesia. Comienzan a trabajar en ese propósito. Monseñor Vicente Roig y Villalba pone la primera piedra. La comunidad católica, líderes cívicos y el apoyo de la diócesis, gestionan con entidades oficiales y particulares los recursos para su construcción. Y desde 1972 Mariangola luce con orgullo su templo.

Otro sueño de la maestra fue tener un hijo sacerdote. Alberto, el mayor, estuvo en el seminario, pero en el último grado del bachillerato comprobó que su vocación era la medicina. A comienzos de 1980 llegó al poblado un seminarista, Pablo Salas Antelís, con rasgos físicos semejantes a Alberto, que pronto se dio una empatía filial con la maestra.

LA MISIÓN DEL SACERDOTE

Este apóstol de Dios, ordenado sacerdote el 2 de diciembre de 1984, regresa a Mariangola y asume con bríos la misión de catequizar feligreses; fortalece la comunidad pastoral, que hace presencia en todos los eventos que convoca la diócesis de Valledupar. Por méritos Mariangola es erigida en parroquia desde marzo de 2003.

Feliz de haber cumplido su misión en este mundo, y en estación octogenaria, la maestra se va con su esposo para Valledupar a vivir con uno de sus siete hijos, José Antonio y su señora Belky Salas. El 3 de mayo de 2007, día de la Santa Cruz, el silencio crepuscular abrazó a su cuerpo. Hoy sus restos, junto con los de su esposo, reposan en el cementerio de Mariangola. La escuela donde ofició su magisterio lleva su nombre: “Juana de Atuesta”.

POR JOSÉ ATUESTA MINDIOLA /ESPECIAL PARA EL PILÓN.

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