En Colombia, igual que otros países de Latinoamérica, celebran el Día de la Madre el segundo domingo de mayo. En nuestro país, esta fecha fue instituida por el presidente Pedro Nel Ospina (1922 – 1926), a través de la Ley 28 de 1925. En Estados Unidos (1914), el presidente Thomas Woodrow Wilson (1913- 1921), había firmado la ley que reconoce el Día de la Madre como fiesta nacional.
El origen de esta fecha, en Estados Unidos, se remonta al 10 de mayo de 1907, cuando Anna Jarvis (1864–1948), en la conmemoración del segundo aniversario de la muerte de su madre Ann Reeves Jarvis (1832-1905), quien fuera una activista en el propósito de dignificar las condiciones de salud de su comunidad y promover la paz. Asimismo, inició una campaña para que se reconociera el trabajo de las madres y se celebrara anualmente un día especial.
El Día a la Madre es una fiesta de encuentro, y su esencia es rendir tributo a la mujer que personifica la vida y la familia. La madre es una peregrina que expande el amor por los caminos de la esperanza y la abnegación. La tolerancia es una flor en sus labios, y con infinita prudencia practica las bondades del perdón. Para el amor de madre no existen caminos imposibles, su generosa piedad es inagotable, y con el poder de la fe abre senderos de luz.
Las madres quieren vestirse de fiesta, lucir el color de los jardines para ofrendar a Dios los cánticos de amor, en compañía de sus hijos. Pero la vida, como la noche y el día, está llena de penumbra y de esplendor. Los hilos de la alegría y de la tristeza se turnan para tejer los colores del tiempo en el corazón. Hay madres que silenciosas disfrutan el sosiego del edén en la poesía, y otras se ven afligidas por los fuertes golpes de circunstancias inesperadas.
Cada madre vive situaciones particulares. Unas viven en la tranquilidad de los bienes terrenales y la placidez espiritual de la bonanza; otras sueñan con las condiciones básicas de la subsistencia y el fervor de la plegaria, como regocijo para el alma. Y hay otras que llevan a cuesta la agonía del desplazado, en desfiles trashumantes que no encuentran dónde colgar sus sueños, y entre la desolación y ausencia huyen del miedo y la muerte, por largos años de violencia.
Muchas madres colombianas han envejecido esperando que las promesas de diálogos de paz entre la guerrilla y los gobernantes se hagan realidad; ellas navegan en ríos de lágrimas que generan los grupos armados, que en sus afanes de guerra practican actos terroristas de lesa humanidad.
Con las madres de Colombia elevo esta acción de gracias: no deben seguir en alianza la sangre y el fuego, la amenaza y el silencio, el gobernante con la corrupción, la delincuencia con la impunidad. Busquemos de manera inaplazable, la paz. Ya basta de tanta sangre inútilmente derramada. La sensatez es puente luminoso del diálogo y la tolerancia.
Por José Atuesta Mindiola