Cuando el hombre renuncia al privilegio de pensar, se oculta en el horizonte la última sombra de libertad, esto nos dice Thomas Paine en ‘Sentido común’. Y es que tiene mucho sentido común ¿cierto?
Algunas personas ubican a lo que denominan “la luz diurna” como el más profundo nivel de atención de los seres humanos, refiriéndose a las facultades esenciales que nos permiten definir a priori nuestras metas y nuestros valores personales, capacitándonos para querer lo que queremos querer. Cuando esta luz se nos opaca, por decirlo de alguna manera, la distracción que experimentamos es de carácter general en nuestra forma de pensar, pues nuestros conocimientos los condicionamos a la forma de entender e interpretar el mundo dependiendo la época en la que estemos.
Las facultades que permiten definir nuestros objetivos o perseverar en estos se nos debilitan, flaquean, no reflexionamos como deberíamos, ya no memorizamos, mucho menos predecimos, no le aplicamos lógica a las cosas y dejamos de establecer objetivos y dada estas circunstancias nos dejamos dominar por nuestros instintos y automatismos que son lo que finalmente timonean y direccionan nuestro comportamiento, es decir, nos desenfrenamos, suprimimos las razones deliberadas o reflexivas que verdaderamente justifican nuestros actos, abriendo camino a las razones meramente impulsivas.
Cuando permitimos que nuestra luz se opaque o enturbie nos distraemos del conocimiento del mundo que precisamos para conducirnos como personas capaces, dotadas de un propósito, al igual permitimos que nuestras aptitudes se deterioren y por ello dejamos de conocer el mundo, afectando nuestra autonomía y dignidad. Entramos en un proceso de autodestrucción vulnerando la integridad de lo que denominamos “yo”, subvirtiendo las condiciones necesarias para que exista y prospere dejándole sin un piso sobre el que sostenerse, por decirlo de alguna manera.
Pero, ¿cuándo se debilita nuestra luz diurna? Cuando ya no sabemos reconocer facultativamente lo que es verdadero y predecir lo que es verosímil y esta disminución de la verdad e incluso de la realidad se debe en parte al fenómeno que estamos experimentando con las “noticias falsas” o como lo decimos en su forma original “fake news”, una expresión que fue elegida en el 2017 como la palabra del año por el diccionario Collins y que la define como una noticia falsa y a menudo sensacionalista que se difunde bajo la apariencia de información periodística.
A diario, reenviamos este tipo de información creyendo de manera malsana que es verídica y auténtica y, aunque no lo crean, el Papa en una oportunidad tuvo que intervenir en el asunto y condenar las fake news como un pecado grave que lastima el corazón de quien las escribe y daña a otras personas. Se ha digitalizado el chisme malintencionado, en otras palabras.
También nuestra facultad de predicción se ha visto disminuida por estar atentos a la información que nos brinda los diferentes medios, y preferimos atenernos a ella y no especular nosotros mismos por nuestros propios medios. Un ejemplo, damos ganador a alguien por el simple hecho que una información errónea y repetitiva nos dice que alguien es el ganador en determinada contienda (preferible electoral) y no profundizamos en lo que verdaderamente desean las personas al momento de elegir, entonces supeditamos nuestros propios sondeos estadísticos de opinión a los incentivos impuestos por el sistema.
Pero, nuestra luz diurna también puede debilitarse por el deterioro de la inteligencia y otras facultades cognitivas y es que las distracciones nos van disminuyendo puntos en el cociente intelectual, es más, un estudio de Hewlett-Packard determina que las distracciones restaban diez puntos a los cocientes de los empleados cualificados, siendo esta una disminución dos veces mayor que la registrada en los consumidores de marihuana. Otro estudio arrojado por un equipo de investigación de la Universidad de Texas afirma que la mera presencia del propio Smartphone puede tener efectos nocivos para la memoria de trabajo y la inteligencia fluida. Por si esto fuera poco, hay otros estudios muy recientes que han establecido la existencia de cierta correlación entre el uso de las redes sociales y el aumento de la ansiedad social, la depresión y el desánimo.
Por esto amigos míos, los invito a reflexionar, pues la reflexión es un ingrediente, sin duda alguna, esencial para el pensamiento que nos ayudará a determinar “lo que queremos querer”.
Por Jairo Mejía