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La locomotora agrícola

Por: Amylkar D. Acosta M1

El Presidente Santos se ha propuesto alcanzar una tasa de crecimiento sostenido del PIB por encima del 6% y así quedó consignado en su Plan de Desarrollo Prosperidad para todos, el cual acaba de ser promulgado mediante la Ley 1450 de 2011, como premisa para reducir la tasa de desempleo abierto a un solo dígito. Al definir la estrategia para alcanzar tales objetivos identificó con su equipo económico cinco sectores con alto potencial de crecimiento, llamadas metafóricamente locomotoras del crecimiento. Se destaca entre ellas la agricultura, sector este que no obstante ofrecer un gran potencial de crecimiento se ha mantenido por décadas rezagado con respecto a los demás.
Según el experto Juan José Perfetti, “la producción creció durante la primera parte de la anterior década colocándose por encima de la registrada en el período 1990-1999, pero desde el año 2005 la producción agrícola total se mantiene alrededor de los 25 millones de toneladas”. Particularmente entre 2002 y 2010 su crecimiento se contrajo a la mitad del crecimiento del PIB total, su raquitismo es tal que este sector fue el que menos aportó a este último, a tal punto que su crecimiento el año anterior fue nulo. Y no es para menos, habida cuenta que de 21.5 millones de hectáreas aptas para la agricultura, a duras penas se cultivan 4.2 millones.
Para reactivar este sector es menester una reformulación de la política agrícola, la cual pasa por una reforma agraria de fondo que contrarreste los nefastos efectos de la contrarreforma agraria que se gestó con el malhadado Acuerdo de Chicoral, que dio al traste con la Ley 135 de 1961 de la administración Lleras Restrepo, último intento de una reforma agraria integral y democrática. Ello es tanto más urgente e inaplazable luego de la tragedia humanitaria, como calificó las Naciones Unidas el despojo a sangre y fuego entre 1980 y julio de 2010 de por lo menos 6’638.195. Ello explica en gran medida la gran concentración de la tenencia de la tierra en Colombia; el mejor indicador es el coeficiente Gini de la propiedad rural que alcanzó el 0.875 en 2010, sólo superado en la región por Paraguay. Es muy diciente que mientras en 1954 el 3% de los propietarios  concentraba el 55% de las tierras, en el 2005 el 0.4% se ha hecho acapara el 62.8% (¡!) de las mismas.
Concomitantemente, aparejado al despojo de tierras en el último cuarto de siglo (1985 – 2010) se dio en Colombia el mayor éxodo del campo en toda su historia. Al fin y al cabo, según el Banco Mundial, el 60% de quienes se vieron forzados a cambiar de residencia era propietario de las tierras que les fueron arrebatadas violentamente. Según cifras de la ONG Consultora para los derechos Humanos y el Desplazamiento Forzado (CODHES), por lo menos 5’195.620 personas fueron desplazadas en Colombia por cuenta de la violencia, ya que su vida, su integridad física y su libertad corrían serio peligro.

Sólo en el 2010 se vio desplazado un total de 280.041 compatriotas a causa del conflicto armado interno, así como de otras manifestaciones de la violencia política y social, más cruel y cruenta que la que se desató en 1948 luego del aleve asesinato del caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán. Esto significa que en los últimos 25 años 208.000 personas en promedio han padecido el desplazamiento forzado; casi 12 colombianos de cada 100 ha sido víctima de este ominoso flagelo; con razón, Colombia ocupa el ignominioso primer lugar en el mundo en desplazamiento interno de su población.

En consecuencia, el reto que tiene el país por delante es de enormes proporciones y alcanzar los objetivos planteados en el Plan requiere, además de voluntad política de parte del Gobierno, del concurso y el empoderamiento desde el empresario rural hasta el campesino raso. La Ley de reparación de víctimas y restitución de tierras es apenas en este sentido la cuota inicial.

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