El 22 de diciembre del año 2013 fue un día completamente agitado en el cielo, caía una ligera llovizna que oscureció el ambiente y la gente corría de un lado al otro. Allá arriba, a pesar de que las nubes blancas nunca cambian de color, los truenos, rayos y centellas se ven y se escuchan con más fuerza, pero nunca revisten de peligro, porque en el cielo, todo, absolutamente todo, tiene la bendición de Dios. Ese día apenas comenzaba la tarde y alguien difundió una sorprendente noticia radial acerca del fallecimiento de Diomedes Díaz en la ciudad de Valledupar.
El Debe López estaba en la mansión celestial de su hermano Poncho, cuando de repente le entró a su celular una llamada desde La Paz, para informarle acerca del insuceso. Parece ser que la señal no era la mejor y El Debe, quien aún no había aprendido a manejar con destreza su aparato marca Nokia que le habían regalado el día de su cumpleaños, enmudeció por un largo rato y se puso triste y nervioso. Coincidencialmente ese mismo día, los compositores Fredy Molina y Octavio Daza, asistían a una de esas tertulias que el anfitrión acostumbraba a hacer en su casa celestial, y todos se admiraron de ver la cara de asombro que puso El Debe con la primicia recibida.
Fue tan impactante la sorpresa, que al verlo en ese estado de ánimo tan lamentable, uno de los contertulios angustiados con su silencio, le preguntó en voz alta – ¡Qué pasó nojoda! ¿Qué pasó? Eche habla rápido. El Debe respiró profundamente tratando de recobrar su estado de ánimo y contó como pudo, los pormenores del mensaje que había recibido.
Una vez se enteraron de la novedad, Octavio se dispuso llamar a Armando Moscote para que le avisara inmediatamente a Martín Maestre, dado que Moscote vivía diagonal a su casa y le quedaba fácil contactarlo. ¿Nojoda se imaginan lo feliz que se va a poner ese carajo con la llegada del sobrino? Expresó Fredy Molina al instante, – ¡me imagino! – contestaron todos casi al unísono.
La noticia se regó enseguida, Consuelo Araujo y Rafael Escalona, en su calidad de miembros directivos de Asofovalle (Asociación de Folkloristas Vallenatos), convocaron a todos los amantes de la música vallenata, a una reunión urgente en la plaza Alfonso López del cielo, para las cuatro de la tarde, primero, para oficializar la primicia, y segundo, para organizarle al “Cacique de la Junta” la celebración de bienvenida.
La llegada de Diomedes tardó dos días, los cuales se volvieron eternos para todos sus amigos y seguidores que lo estaban esperando. San Pedro le explicó a Escalona que la demora obedeció a una especie de retén llamado Purgatorio, el cual se asemeja en la tierra a una unidad de Medicina Legal, y mientras en ella se escudriñan todas las causas del deceso de una persona, en esta última se purgan los pecados veniales, tales como los líos de faldas, chismes, bochinches, borracheras, riñas a puño, etc., que pudo haber tenido de pronto el occiso en su vida mundana. El día de su llegada, la gente no cabía en el aeropuerto y un ejército de ángeles vestidos con prendas militares, escoltaron a Diomedes hasta el sitio donde miles de seguidores lo esperaban ansiosos, para verlo y pedirle de paso que los complaciera con un concierto, como esos que él hacía en su vida terrenal.
Diomedes aceptó complacido la petición y se dispuso esa misma noche crear los respectivos comités que se encargarían de organizar la función. – !Lo primero que tienen que hacer es conseguirme a Colacho, a Juancho Rois y a El Debe López, para que me acompañen con el acordeón, que Cirino Castilla toque la caja y Adán Montero la guacharaca, y si ven a Eudes y a Maño por ahí, avísenles, porque quiero que ellos también hagan parte del grupo y me acompañen! !Pónganse pilas nojoda que esto es pa ya! Expresó el Cacique con tono jocoso pero autoritario.
“¡Definitivamente aquí el que hace falta es mi compadre Joaco Guillén, para que me ayude a organizar toda esta vaina nojoda! ¡Ese sí sabe dónde ponen las garzas!”, manifestó al instante, haciendo una mueca graciosa con la boca, la cual le alegró el rato a toda su fanaticada. El evento se programó y se llevó a cabo el domingo a partir de las once de la mañana, después de una misa solemne concelebrada, que ofició monseñor Vicente Roig y Villalba, con el padre José Agustín Mackenzie, a quien cariñosamente le decían el padre Warekú, en el mismo sitio donde se haría el concierto.
Todo fue un éxito, hubo lleno total, y a pesar de que las entradas eran gratis, los organizadores del evento, alcanzaron a repartir algunas boletas preferenciales, con derecho a unas sillas plásticas, que habían conseguido prestadas con San Matías, un santo parrandero que le gustaba el vallenato. Según el reglamento del cielo, lo único que está prohibido allá arriba, es la venta de sustancias alucinógenas, licor y cigarrillo, y a pesar de eso, no faltaron las propuestas indecorosas de unos paisas de Santuario, Antioquia, que pretendían poner ese negocio, argumentando que con el tributo que ellos estaban dispuestos a pagar, se podía crear un fondo a fin de comprar acordeones y otros instrumentos musicales.
La Cacica, como cariñosamente le siguen diciendo a Consuelo en el cielo, continúa ejerciendo la misma autoridad que tenía en Valledupar, y propuso aprovechar el entusiasmo colectivo que se había suscitado en torno a la gala, para hacer el lanzamiento del primer Festival Celestial de La leyenda Vallenata. La gente comenzó a gritar también, cuando escucharon en la distancia, dentro del tumulto de gente que había, una fascinante propuesta que hacía Simón Salas, ese mismo personaje que un día cualquiera, La Vieja Sara, sin ninguna explicación, lo echó del Plan. Hacía señas con la mano y trataba de hablar en voz alta, casi a gritos, pero nadie lo escuchaba dada la bulla que había en el recinto.
Toño Salas y el viejo Emiliano, que además de ser primos hermanos de Simón eran sus compañeros de parranda y andaban juntos, el día del concierto le abrieron paso dentro de la multitud, para que subiera a la tarima donde tuvo la oportunidad de dirigirse al público presente y con micrófono en mano, puso a consideración de todos, la idea de invitar al doctor Alfonso López Michelsen, para que junto con Consuelo, Escalona y Jaime Molina, integraran la primera junta directiva del nuevo Festival Vallenato Celestial. El alborozo comenzó a crecer y Consuelo entusiasmada, cogió nuevamente el micrófono para agradecer y expresar que aceptaba complacida, además manifestó que iba a darle una sorpresa al público presente, con la presentación de unos invitados especiales, que interpretarían cada uno, tres de sus canciones más famosas.
“¡Alejandro Durán, Colacho Mendoza, Luis Enrique Martínez y Rafael Orozco, nos van a acompañar en este concierto de bienvenida que le estamos haciendo a Diomedes Díaz!”, manifestó Consuelo compungida por los recuerdos del pasado, pero feliz de reencontrarse con sus amigos nuevamente. Muchos lloraban de alegría, al ver a sus ídolos reunidos en una misma tarima y otros, enardecidos no se cansaban de gritar arengas y vivas al folclor vallenato. El primero que hizo su presentación fue Alejo Durán, comenzó a interpretar en honor a Rafael Escalona, las canciones del maestro, tales como “El chevrolito”, “El mejoral”, y de su autoría tocó “Mi pedazo de acordeón”, con la cual terminó su debut. Luego subió Colacho Mendoza, e interpretó tres canciones del maestro Escalona, “La creciente del Cesar”, “La brasilera”, y cerró con “La mona del Cañahuate”.
Continuó Luis Enrique Martínez, quien mandó primero un saludo al pueblo vallenato y agradeció a los directivos del festival en la tierra, por todos los homenajes póstumos que le hicieron en El Hatico, Fonseca y Valledupar. Comenzó su presentación con “El cantor de Fonseca”, “El pollo vallenato” y terminó con “Jardínes de Fundación”. Por último subió Rafael Orozco acompañado por Rafael Salas, el público se enloqueció, y más, cuando Rafa comenzó a hablar sobre la importancia que tuvo Diomedes Díaz en el folclor vallenato, además de la influencia que había ejercido sobre el mismo, con composiciones como “Cariñito de mi vida”, la cual fue la plataforma de lanzamiento de tres exponentes de esta hermosa música, como fueron, Emilio Oviedo, un acordeonero bien reconocido, Diomedes Díaz y el mismo Rafael Orozco. ¡Fue esta la canción que nos dio a conocer a nosotros, por eso pido un aplauso grande para este gran ídolo del vallenato!
Diomedes y Rafa se dieron un abrazo prolongado en la tarima y cantaron a dúo “Cariñito de mi vida”. Hubo algunas personas desmayadas, mientras otras gritaban y lloraban inconsolablemente de ver esos dos grandes ídolos, fundidos en un abrazo eterno.
Por último, Diomedes agarró el micrófono, y antes de empezar su presentación musical, le agradeció a todos sus seguidores, músicos y amigos presentes, por el grandioso recibimiento que le hicieron y por esas extraordinarias muestras de cariño. Hizo además, una exaltación a una de las personas, según él, más importantes cuando inició su vida musical, como fue Héctor Zuleta Díaz.
—Él y Mario, su hermano, fueron al comienzo de mi carrera, compositores que me impulsaron con sus canciones lindas, las cuales me posicionaron como cantante vallenato de primer orden! ¿O ustedes no se acuerdan de “Me deja el avión”, Firme como siempre”, “Vendo el alma”, “Penas de un soldado”, de Héctor, o “En buenas manos”, “Amores escondidos”, “La pretenciosa”, entre otras, de Mario? ¿Quién de ustedes tiene el número de Héctor y Mario Zuleta? O quién sabe dónde viven esos carajos? ¡Nojoda, los autorizo para que le digan a Héctor Zuleta, que, si en la tierra me quedé con las ganas de grabar con él, acá en el cielo sí vamos a enganchá, que se apriete los pantalones! Así terminó ese apoteósico concierto que le hicieron a Diomedes Díaz, todos los seguidores, músicos y amigos que tiene en el cielo.
Por último, Joe Arroyo, uno de los buenos amigos que tuvo Diomedes en la tierra, se excusó de no haber podido asistir al concierto, por unos compromisos que había adquirido anticipadamente, pero manifestó: ¡A partir de hoy todos los 24 de diciembre, estoy más que seguro, el Cacique continuará cantándole cumplida y sagradamente a los patillaleros, como solía hacerlo desde hace ya algunos años, no desde la ‘Plaza de los compositores’ de Patillal, sino desde la plaza Alfonso López del cielo. ¡Bienvenido Cacique a nuestra casa celestial!
Por: Faustino de la Ossa Pineda.