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La libertad (VII), en el filósofo Georg Hegel 

Este fue un pensador brillante. Considerado idealista,  pero, en cambio, era muy realista. Yo soy un fan de su filosofía. Si Aristóteles fue el gran filósofo de la antigüedad, Hegel lo es de la modernidad. Escribió obras claves para entender el mundo y la realidad de la historia de la humanidad, como un desarrollo continuo, en el espacio y el tiempo, de manera dinámica y dialéctica,  imparable y  lógica,  lo  cual es obra del Espíritu —mente e ideas—, y que tiene por finalidad la libertad del hombre. 

Se le considera un pensador monista, en el sentido de que afirma que todo cuanto existe es manifestación de una única unidad,  que denomina Espíritu, identificado arriba, el cual se despliega, comprendiendo así mismo,  en los diferentes fenómenos del mundo,  espirituales y materiales. Por tanto,  nada escapa a este proceso dinámico,  dialéctico e histórico. 

Como somos históricos, los seres humanos somos herederos del pasado,  del lenguaje, de las teorías científicas,  de las instituciones sociales,  las cuales evolucionan con el tiempo. Otro tanto le ocurre a la conciencia humana. A nuestras estructuras mentales. Cada época histórica se corresponde con el desarrollo del Espíritu, primero subjetivo y luego objetivo,  colectivo. Hegel  ponía el ejemplo de la revolución francesa,  de la independencia de Los Estados Unidos. Se 

cuenta que en 1804 Hegel era profesor en la ciudad alemana de Jena y cuando vio entrar triunfante al general Napoleón a caballo,  exclamó: he ahí a caballo el Espíritu de la Libertad. Otro tanto podemos decir del Libertador Simón Bolívar y demás próceres nuestros. A propósito, ¿sobre qué animal podríamos decir hoy día cabalga el presidente de Venezuela?

Hegel ve en los personajes históricos, determinados desarrollos del Espíritu; los considera agentes del progreso o del retroceso.  Unos irán a caballo, otros en asnos, otros… Es una fortuna para los países cuyos dirigentes cabalgan sobre las cabalgaduras de la libertad y  una desgracia mayúscula para aquellos cuyos gobernantes lo hacen en otros tipos de animales, identificándose con ellos. 

A algunas sociedades políticas de ahora les está ocurriendo una cuestión curiosa:  el mundo cuenta con constituciones y leyes,  e instituciones,  a propósito de la protección de los derechos políticos de los ciudadanos,  pero pesan más los hechos tozudos que los derechos protegidos. El caso electoral de Venezuela es elocuente: Maduro, que representa la tozudez, se impone ante el derecho electoral de los ciudadanos, y de nada sirven las instituciones garantistas. ¿Por qué? Porque el Espíritu del pueblo venezolano aún no se ha desarrollado suficientemente, para imponer  la libertad sobre la opresión. Son necesarios más esfuerzos personales y colectivos, para conquistar la libertad. 

La filosofía no es una mera teoría. Es de aplicación diaria. La libertad está interrelacionada con la ética, y la obediencia a esta le corresponde al propio sujeto y subsidiariamente, al Estado mediante coerción legítima; pero cuando ninguna de estas opciones ocurre, adviene la legítima defensa del derecho desconocido, individual o colectivamente. Por ejemplo, El filósofo presocrático Zenón de Elea, sur de Italia, participando en una sublevación contra el tirano de su ciudad de nombre Nearco, le mordió una oreja a éste, antes de ser ejecutado por su orden. Por allá hubo tiranías ahora presentes por acá, y hay que morder orejas. 

Finalmente,  el proceso dialéctico comentado, que se desarrolla en tres etapas, las 2 primeras de contradicción entre sí y la última con la superación entre ellas, y así sucesivamente, hasta culminar en el Espíritu Absoluto, momento cúspide,  cuando el Espíritu no sólo conoce el todo de todo, sino, además, se conoce así mismo. El Espíritu Absoluto es el resultado final de las acciones humanas. 

Por: Rodrigo López Barros.

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