Esta semana la opinión pública conoció algo increíble, que nos acerca cada vez más a parecernos a Venezuela; a nuestro Congreso, una entidad deslegitimada, con una impopularidad que sobrepasa el 98 %, se le ocurrió la brillante idea de camuflar una ley mordaza contra los medios de comunicación, con la posibilidad de sancionar, mediante la cancelación de la personería jurídica de organizaciones comunitarias, a quienes “injurien o calumnien” a funcionarios o exfuncionarios públicos.
Es un mensaje directo a periodistas y todo aquel que se atreva a expresarse o denunciar actos de corrupción; metieron un mico en el artículo 68, en el proyecto de Ley Anticorrupción para blindarse, y lo aprobaron por debajo de la mesa.
Si a algo le tiene miedo un político, no es a las autoridades, ni a los entes de control, es a una investigación periodística que destape todos sus torcidos y los exponga, porque ante la presión pública las autoridades sí actúan. No hay que retroceder tanto para encontrar un ejemplo: si el escándalo de Centros Poblados, en el cual se abudinearon $70.000 millones, no se destapa con una investigación periodística de la W Radio, no hubiese pasado nada.
Esto que pretenden hacer estos tales padres de la patria es una verdadera vergüenza, yo los llamaría padres de la corrupción, no les da ni pena quedar en evidencia ante un país asqueado del robo al erario, tan necesitado de buenas prácticas.
Es el colmo que un congresita de la diminuta talla de César Lorduy, el lambón número uno de la casa Char, pretenda silenciar a los medios en Colombia porque todavía no han asimilado el golpe de la salida por la puerta de atrás de su cuota estrella del gabinete, Karen Abudinen.
En el Cesar no podía faltar un bobo útil: Chichí Quintero declaró que a la prensa hay que meterla en cintura para que no los agredan tanto, menos mal que ya se va, aunque nos quiere dejar al hijo para que continúe con su nula obra legislativa, como quien dice, que no continúe nada y siga tratando de silenciar a la prensa.
¿Qué puede pasar? Duque como siempre, cuando ve que el escándalo comienza a crecer se desmarca, ya dijo que objetará el artículo, lo que automáticamente deja la ley en vilo. Pero más allá de lo que pueda pasar, que no pasará, es la evidencia de la torpeza de nuestros congresistas, quienes se caracterizan por ausencias y poca efectividad para las reformas que el país necesita, por estar siempre arrodillados al ejecutivo de turno que los manejan con burocracia y migajas.
Ya vienen las elecciones y están aspirando los mismos con las mismas, en el Cesar no habrá renovación porque hay dos bloques: Char con Ape Cuello y Didier Lobo, y Gnecco con José Alfredo y Eliecer Salazar.
Este departamento no tiene dignidad, olvida para qué se elige a un congresista. A pesar de una pésima gestión, sin liderazgo y sin iniciativa parlamentaria, ni control político a un pésimo gobierno como el de Duque, serán elegidos porque el problema no son ellos, son los votantes cesarenses que siguen asistiendo a reuniones políticas a escuchar mentiras, con tal de que les den un refrigerio y que lo refuerzan el día de la elección con un billete de 50.000 pesos.
Lo importante es decirles a esos congresistas que la libertad de expresión es sagrada y que por más ganas que tengan de censurar a los periodistas, jamás lograrán su cometido, porque hay un gremio vigilante para que no se violente la democracia.
@JACOBOSOLANOC.