Otra vez, como en muchos otros momentos, despertamos en La Guajira con los lamentos de una nueva tragedia que tiene como detonante principal el excesivo consumo de alcohol y un arma de fuego. La historia se repite una y otra vez en esta tierra donde a la única ley que se le da cumplimiento es a la “ley del más fuerte”. Por naturaleza guajira, los mejores son los más fuertes.
Mientras las sociedades civilizadas le apuestan a la evolución cultural y al crecimiento personal, en esta tierra seguimos aferrados a una herencia maldita de más de 50 años, que nació en la época de la “marimba”, y que todavía nos sigue impidiendo valorar el derecho a la vida y a la humanidad misma.
Me queda claro que cualquier prohibicionismo en este departamento es un saludo a la bandera, por esta razón, hablar de prohibir el porte de armas es incentivar más y más la ilegalidad, que al final, es un artículo de esta ley.
Hablando con amigos he planteado la posibilidad de construir juntos un ‘proyecto de acto de acuerdo’ que tenga como objetivo la obligatoriedad de hacer pedagogía contra el porte de armas y el consumo excesivo de alcohol. No veo una salida que no vaya de la mano de la educación. En los colegios y en los medios de comunicación deberíamos hablar constantemente de la gravedad que implica para la sociedad, y para cada uno de nosotros, la mezcla del alcohol y de las armas.
Al doctor Ricardo Rodríguez lo asesinó su propio primo cuando se encontraba en el peor estado de embriaguez. Nada justifica este crimen. Después de una semana, sigo lamentando esta tragedia y me impresiona que un gran profesional como él haya estado en ese lugar tan equivocado. “Ricardo estaba en el lugar equivocado”.
Pero dándole crédito a la ficción, ahora el riesgo es que el asesino se dé a la huida al vecino país y este crimen quede impune por el amiguismo frecuente entre los que tienen poder y que favorece siempre al más fuerte.
Me da tristeza que la única forma de entretención en nuestra región sea sentarnos alrededor de una botella de alcohol. Necesitamos cambios sociales estructurales de manera urgente para desatar el nudo y llevar la cinta a su fin.
Mis condolencias no son solo para su esposa, sus hijos y demás familiares, sino también, para todas esas mujeres que tenían puesta su esperanza de ser madres en este gran especialista de la fertilidad. El crimen de Ricardo merece justicia.
Por: María Lucía Lacouture.