En la antigüedad existió un hombre llamado Diógenes, quien vivió como vagabundo en las calles de Atenas, convirtiendo la pobreza extrema en una virtud, quien caminaba por las calles con una lámpara encendida diciendo que “buscaba hombres honestos”.
Paradójicamente, la clase política de este país es la antítesis de esta teoría en la que vemos hombres sinvergüenzas, adelantando acciones para apropiarse de los recursos públicos, condenando a los conciudadanos a la indigencia social, rasgando sin piedad alguna la posibilidad de mejorar las condiciones de vida que nos garantice la construcción de un futuro promisorio, sembrando la desesperanza como jinete apostador de nuestro diario vivir, donde la premisa de “un mejor país” es la argucia protocolaria de cada discurso político por estos expuestos.
Muy a pesar de desconcertados, contradictoriamente estamos perdiendo la capacidad de asombro, pues más allá de los reiterados escándalos de corrupción, ahora sorteamos la indolencia y juego vil de nuestros mandatarios contra los Derechos Fundamentales donde el Sistema de Salud es paupérrimo y está entre dicho su idoneidad, un sistema de salud malversado e insensible que permite la muerte de 16 bebes debido al suministro de medicamentos falsificados, demostrando una vez más el desprecio a la integridad y la vida del ser humano por las “preferentes ganancias que mantienen las empresas e instituciones prestadoras de salud”.
Palpar la degeneración social que ha permeado la justicia del país, permitiendo que magistrados de altas cortes y un fiscal anticorrupción se confabulen para crear una empresa criminal que negocia fallos judiciales, absuelve políticos, garantizando su estancia en el poder, quebrantando la equidad, transparencia y honorabilidad que debe ostentar nuestro aparato judicial.
Lamentar como las Farc, a quienes el país le tiende su mano y brinda la oportunidad para resarcir sus años de violencia y dolor, pretende burlarse de sus víctimas y la ciudadanía en general, homenajeando uno de sus comandantes más crueles y que ha dejado una estela de sangre al pueblo colombiano, sin importar el sufrimiento y la revictimación.
Ante semejante degradación política y social que vivimos, he querido como mi homónimo Diógenes de Sinope, salir con una lámpara en búsqueda de hombres honestos que reviertan esta historia, permitiendo la construcción de una nueva Colombia, con nuevos valores, donde se erradique la inequidad, pobreza y sobre todo la corrupción reinante en todas las esferas de la sociedad.
En mi búsqueda encontré la luz al final del túnel, la juventud, si esos, que con apatía y desintereses se convierten en cómplices silenciosos de todos los padecimientos de nuestra patria, toda vez que su indiferencia en la política y las grandes decisiones del país permiten que la vieja clase política siga reinando y acabando con nuestra nación.
Por eso es necesario que despierten, se apersonen de la situación, se conviertan en actores fundamentales de los cambios estructurales que se debe hacer en el país, que asuman su papel relevante en el presente y futuro de Colombia, participando de manera activa en la escogencia de mejores hombres y mujeres para que rijan los destinos del país.
Solo la juventud tiene la fuerza transformadora para cambiar las viejas costumbres políticas, de inyectarle principios y valores éticos que oxigenen la política y conducir al país por la ruta de la reconstrucción, reconciliación y progreso que se requiere para salvar a Colombia de la hecatombe inmersa, si ellos no despiertan estaremos condenados al colapso y mi lámpara lentamente se apagará.
Por Diógenes Pino Sanjur