Colombia es un país de gente joven; según el censo de 2018, la mitad de su población está por debajo de los 28 años (mediana) y el 23 % del total la cubren jóvenes de entre 15 y 29 años (índice de juventud); además, solo el 7.5 % tiene 65 o más años. Es un pueblo vital pero dirigido por viejos minoritarios. De esa primera mitad de la población, el 35 % no puede sufragar por tener menos de 18 años, en especial esos que están entre 16 y 18 años, unos 9 millones de muchachos que son los que hoy se manifiestan en la calle ya que en las urnas no pueden hacerlo; y muchos de los que pueden hacerlo no lo hacen porque no creen en las instituciones ni en la clase política que consideran engañosa y truculenta; 6 de cada 10 jóvenes no votan, les hablo de 5 millones.
Ese segmento puede definir unas elecciones presidenciales. La abstención, en general, que en 2018 llegó al 47 % en la 2ª vuelta presidencial, obedece a la pérdida de fe; y muchos de los que sufragan no lo hacen porque les plazca o crean en ello sino porque están sujetos por una aplastante tenaza burocrático-contractual o porque muchos amorfos venden el voto o porque los han engañado con mentiras. Esto significa que aquí, ni el voto ni la democracia fluyen libremente, tenemos un sistema electoral que opera como una anaconda, es constrictor.
El Estado colombiano es paquidérmico y cada vez necesita de mayor número de abyectos; un Estado que destine 65 % de su presupuesto al funcionamiento es un Estado fallido, especializado en ganar elecciones. Quienes siempre han gobernado el país creen que el Estado es el ejecutivo apoyado en las fuerzas militares pero esta es una plutocracia monárquica y mafiosa.
Hoy, la suerte de los colombianos depende de 10 millones de votos o menos, quizás no de electores, el 20 % del total. Esto no es representativo. Nuestro código electoral se quedó rezagado; antes los bachilleres tenían 20 o más años, ahora son de 15; su estructura mental ha evolucionado, tienen claras sus prioridades, hacen lectura crítica de la sociedad y del Estado, conceptualmente manejan los problemas, saben que somos importadores de alimentos pudiendo producirlos aquí, que existe un alto desempleo, que nuestra educación es de mala calidad, que no hay una política eficaz sobre ciencia y tecnología, que tenemos un régimen presidencialista opresor, maniqueo y estratificado donde unos son “gente de bien” y otros vándalos y guerrilleros.
Por eso no necesitan que alguien les diga lo que deben hacer, no son títeres como dicen que es nuestro presidente. Ellos saben bien que un sistema así es insostenible y que por lo tanto se debe producir un cambio. Nada que no cambie puede mantenerse en el tiempo, ellos lo saben, el estatismo conduce a la muerte de cualquier sistema, las aguas estancadas se corrompen. Tanto las partículas subatómicas como los sistemas planetarios están en movimiento.
En cambio, en Colombia todo es inamovible, por eso tenemos tanta corrupción y esta es muerte. No se puede seguir alegando que se debe mantener el imperio de la ley porque esta la hacen los hombres y las cosas como se hacen se pueden deshacer, así dicen los juristas. ¡A votar!