Hace 60 años, cuando Valledupar era una pequeña población magdalenense, se mostraba sólida en seguridad, progreso, civismo y empoderamiento, con una dirigencia altruista y visionaria. Los inversionistas la veían con las condiciones y el empuje necesarios para el emprendimiento industrial y comercial. Por esas calendas se establecieron aquí la embotelladora de gaseosas Hipinto y Coca Cola, así como las pasteurizadoras CICOLAC, y después COOLESAR.
Llegamos a ser la capital algodonera y arrocera del país y a tener una fábrica de hilados, FEDERALTEX. EMDUPAR tuvo unas proyecciones tales que llegamos a llamarnos Sorpresa Caribe; además, surgió una cantidad de talleres para actividades complementarias y coherentes con cada sector; la generación de empleo estaba asegurada y todo a pedir de boca para que esta región se convirtiera en un gran polo de desarrollo. Pero qué contradicción; con la descentralización administrativa y política y con el relevo generacional de esa élite impulsora y con la mutación de las costumbres políticas y la degradación ética de los sustitutos dirigentes, Valledupar entró en proceso de decadencia. La visión de región cambió, la nueva categoría de empresarios-políticos renunció a la creación de empresa reales para dedicarse a vivir del erario mediante la contratación amañada; la interdependencia entre ejecutivo, legislativo y testaferros más el control a posteriori, cambió el progreso por el provecho personal. Ya Valledupar no tiene signos vitales, no llegan nuevas empresas y las que estaban se fueron; el comercio se informalizó, los centros comerciales están cerrando locales, indicador de que nuestra economía está en cuidados intensivos. Aquí, el único dinero que circula procede del empleo público, de los pocos que genera la minería, el comercio y el sector agropecuario que, pese a sus dificultades, es el mayor generador de empleo; la industria de la construcción, que antes era una gran dinamizadora de la economía, está en un franco receso; la industria basada en la palma no genera empleo y desertifica. No tenemos políticas públicas para la generación de empleo de calidad. A la maquila en la industria de la confección nadie le ha puesto atención pese a ser un gran potencialidad de empleabilidad; este es un tic que Lina de Armas, con el movimiento ciudadano Transparentes, tiene dentro de sus propuestas. Hoy Valledupar es la ciudad capital con el 4° mayor índice de desempleo, 16.4%, en el trimestre febrero-abril de este año (DANE) que, desde 2014, ha crecido a una tasa promedia anual de 11.13%.
De mantenerse esta tendencia, en 2024, el desempleo llegaría al 25.2%. Nuestra informalidad llega al 60% y el bono demográfico, relación entre la población en edad de trabajar y el resto es crítico, hoy es de 1.59 a 1 (país 1.76 a1); nuestra población es muy joven, la mitad está por debajo de los 22 años, será una generación perdida y pronto nuestras calles estarán llenas de pordioseros y vendedores de ilusiones como en Cachemira, India. El desempleo es caldo de cultivo para la inseguridad ciudadana, entre la escasez de posibilidades laborales y el crimen existe una estrecha correlación que supera cualquier poder coercitivo y punitivo. A Valledupar hay que repensarla, ya no más eslóganes electorales banales, su involución es crítica.