El pasado martes 28 de junio de 2022. La Comisión designada, para averiguar la verdad sobre las irregularidades atroces cometidas durante el conflicto armado interno colombiano, específicamente, desde 1958 (año en el que comenzó el pacto entre los dirigentes de los partidos políticos, Liberal y Conservador, denominado ‘Frente Nacional’), hasta 2016 (año en el que se firmó el controvertido y polémico acuerdo de paz, negociado en La Habana, Cuba, por el expresidente Juan Manuel Santos Calderón y ‘Timochenko’, el excomandante de la otrora EP-FARC).
En ceremonia solemne realizada en Bogotá, con retransmisión virtual a todo el país, el sacerdote Francisco De Roux, como presidente de la antedicha Comisión, hizo entrega formal del ‘Informe Final de la Verdad’.
Ignorando las trivialidades, como aquella de que el presidente, Iván Duque, no estuvo presente en la entrega del informe final, pero sí asistió Gustavo Petro, el presidente electo que comenzará a gobernar a Colombia el próximo 7 de agosto.
Lo importante es que ya conocemos el informe de la Comisión y también sus recomendaciones, sobre lo cual, el sacerdote Francisco De Roux fue enfático en decir, que apenas era la punta de un iceberg gigantesco. Énfasis muy loable, aunque la realidad se fue conociendo mientras acontecían las barbaries de los actores armados, dirigidos por actores intelectuales, habitualmente, personajes llamados o conocidos como delincuentes de ‘cuello blanco’, que solo actúan por intereses particulares.
Lo otro importante, incluso mucho más trascendental, y para mí lo fundamental, que tanto ansían o que dicen anhelar algunos políticos, es la reconciliación de todos los colombianos o convivencia pacífica sostenible que, indefectiblemente, depende principalmente de la voluntad de los dirigentes sobresalientes dominantes.
Estamos en el momento propicio, tal vez por obra sobrenatural que muchos se la reconocemos a Dios. En todo caso, gran parte de la ciudadanía colombiana votó por el cambio, que desde hace muchos años la mayoría de los colombianos ha deseado, y la responsabilidad de tan deseado cambio se le ha delegado a Gustavo Petro, con el inmenso propósito de que sea capaz de rescatar y recomponer a nuestro maltratado país.
En su alocución de victoria, se le percibió el ánimo de su buena intención, recíproca con el sentimiento popular, en vista de su ferviente llamado a la unidad nacional por la paz, por la reconstrucción social, política, económica y ambiental (reparación y conservación ecológica), cuyo logro es posible a través del diálogo constante y sincero en toda Colombia.
Pareciera que la mayoría de la dirigencia colombiana está dispuesta a voltear la página trágica que hemos vivido todos los colombianos, y digo todos, porque todos los colombianos hemos sido víctimas del conflicto armado interno por más de 60 años consecutivos.
Algunas personas más que otras, desafortunadamente las más vulnerables; no obstante, lo primordial es que nuestras jóvenes generaciones y las futuras puedan convivir en paz con gozos reales, tanto tangibles como espirituales o intangibles, por ende, para este logro, a todos nos corresponde voltear la página de terror y continuo sufrimiento.
Soy consciente de que mi retórica no es fácil de materializar; sin embargo, insisto que no es imposible. Si en otras latitudes lo han logrado, pregunto: ¿por qué, no en nuestro querido y maravilloso país con tantas riquezas? En fin, considero que es cuestión de aptitud y de actitud.
A los radicales y a los arribistas partidarios de que el fin justifica los medios, les recuerdo o sugiero que tengan siempre presente el pensamiento de un gran hombre de la India, rebelde de mente nunca violento, Mahatma Gandhi, quien para la posteridad dijo: “Para una persona no violenta, todo el mundo es su familia”. “No hay camino para la paz, la paz es el camino”. “Creer en algo y no vivirlo es deshonesto” “La tierra ofrece lo suficiente como para satisfacer lo que cada hombre necesita, pero no para lo que cada hombre codicia”. Así de simple, quizá imposible para muchos.