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La iniciativa militar no se puede ceder

Desde hace cerca de 60 años se formaron los primeros grupos guerrilleros en el país, fueron ellos las FARC y el ELN, iniciando una guerra contra el estado que parece no tener fin.  

Como es su deber, las fuerzas militares y de policía han dado respuesta militar a la ofensiva guerrillera, variando su intensidad y eficacia según el gobierno de turno.  Durante casi 40  años la insurgencia creció a un ritmo sostenido hasta comienzos de este milenio, alcanzando una expansión territorial y una capacidad militar que nos hizo pensar que lograrían tomarse el poder. 

Esta tendencia se mantuvo hasta los primeros años de este siglo, lo cual coincidió con el fallido proceso de paz que el presidente Pastrana negoció con las FARC, concediéndoles condiciones excesivamente bondadosas a cambio de ninguna prerrogativa.  Este grupo aprovechó cada ventaja obtenida y dilató el proceso para fortalecerse y expandirse, hasta la llegada a la presidencia de Álvaro Uribe, quien retomó la iniciativa militar con tal vigor que revirtió, a favor del estado, el resultado de la guerra, demostrando a la insurgencia que la vía militar no era una opción para acceder al poder.  

Fue gracias a la contundencia y continuidad de esta política que Santos logró que las FARC se sentaran a negociar.  Las bajas de Raúl Reyes, el ‘Mono Jojoy’, Alfonso Cano e innumerables mandos medios sentó un categórico precedente.  No haré mención de los errores cometidos en el marco de la política de seguridad democrática para no perder la línea de esta columna. 

Duque erró por partida doble: cerró la puerta de la paz y no tuvo ninguna estrategia militar definida para impedir el crecimiento de la guerrilla, mostrando resultados más bien decepcionantes para un gobierno que se hizo elegir como enemigo de la subversión.

Petro abrió de par en par las puertas de la paz, calculando que todos los procesos llegarán a feliz término y que los fusiles se silenciarán.  Craso error.  

La guerrilla históricamente ha sabido sacar provecho de la debilidad institucional cuando se le tiende la mano con nobleza, la lealtad no es un valor que les trasnoche.  Lo mejor ante la guerrilla es tender la mano con generosidad, pero con firmeza. Es un gran acierto apostar por la paz, pero se comete un grave error al abandonar la iniciativa militar y dejársela a la insurgencia.  

Aprovechando la bondad o ingenuidad del gobierno en su empeño de la paz total, los grupos guerrilleros han desatado una guerra sin cuartel contra el estado, asesinando policías, soldados y civiles en todo el pacífico, el Catatumbo, Arauca, etc.,  suplantando, además, al estado en casi todas sus áreas de influencia.  Las fuerzas armadas parecen inermes ante semejante arremetida.

Un ejemplo patético lo ilustró Noticias Caracol en el Cauca hace un par de semanas, mostrando la ubicación de un campamento guerrillero en la cima de un cerro totalmente descubierto.  El ejército subió la colina con acciones casi disuasorias, en vez de utilizarse la aviación para bombardearlo y causar el mayor número de bajas posibles, como lo hacen ellos alevosamente con toda clase de artefactos explosivos contra soldados y policías en todo el país.  Hubiese sido una acción simplemente recíproca.

Creo que las credenciales del ministro de defensa pueden ser impecables para otros cargos, pero no para el que ostenta.   Si algo puede llevar a feliz término un proceso de paz con estos grupos es la actitud decidida del estado de ganar la guerra por la vía militar.  Demasiadas concesiones seguirán siendo percibidas como debilidad. 

Por Azarael Carrillo Ríos.

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