Aunque luzca irónico e irracional algo bueno ha traído el COVID-19. El riguroso aislamiento que con la mayor disciplina tienen hoy todos los países incluyendo el nuestro, nos ha dado gratísimos momentos que compartimos con el más preciado tesoro que tenemos: la familia.
Esto nos ha dado la oportunidad de estrechar mucho más los lazos afectivos entre nuestros seres queridos, que por circunstancias que todos conocemos, pasamos la mayor parte del tiempo afuera de casa.
En estos días cuarentenarios, que nos acercan entre cuatro paredes, encontramos virtudes, gestos de cariño, sonrisas y el latente amor, vivo aún no obstante estar, en apariencia, descuidado por el diario trajín que nos ocupa y nos absorbe, en ese constante afán de edificar lo que más podemos en pro de nuestra gente querida.
Una de las cosas más positivas que le encuentro al encierro después de protegernos y proteger nuestra familia y demás semejantes, es la tranquilidad hogareña al estar las 24 horas en casa.
Apacibles, tranquilos y anhelados para las esposas, estos días, teniendo a su media naranja dentro del corral casero sin la preocupación que este salga a haraganear, pues lo cierto es que todavía quedan aquí en el ‘Valle’ más de cuatro haraganes que encuentran en la infidelidad un paliativo para el estrés que producen la cobradera de los bancos, el pago de los servicios, el desempleo, y los chinos con otra ‘chancita’, parecida la subida del dólar, la falta de gasolina, ya hasta un encontronazo con el cobra diario, y que en oposición a esto, nosotros, los veteranos que regresamos de la guerra y entregamos las armas, vemos ya la vida de otro modo, donde la tranquilidad familiar y la presencia de Dios nos permitirá prolongarla.
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Volviendo a lo bueno, entre paréntesis, que pueda tener el COVID-19, es indudable que las cifras de infidelidad en Valledupar están en el piso, pues jamás en su historia había llegado a niveles tan bajos, pudiendo considerar que la infidelidad hoy está en una estrepitosa crisis, desde los días de Noemí, aquella hermosura de mujer que teniendo su esposo se dejó seducir por el rey David.
Sin embargo, el consumo de los minutos clandestinos y el recalentamiento del WhatsApp aumentan, ya que los haraganes de marras aprovechan cualquier descuido de la señora para atender los aullidos de la novia o de la ‘quería’ pidiendo recursos físicos y de los otros. Es común ahora escuchar la esposa increpando al fulano que antes se metía al baño y se daba un baño de pato o de policía y ahora en cuarentena se encierra, abre la regadera y teléfono en mano acaba con el agua caliente y hasta con el jabón.
Algunos han coronado el pico y cédula por coincidirle la salida con la de la muchachona, pero tremendo trauma para los que no tienen esa suerte, aunque no falta el pobre diablo que el número final de su cédula es igual al de su mujer y así tiene que cargar con sus distinguido almendrón pa’ todas partes.
Otros avivatos tiran el lance de que los alimentos escasean y quiere adelantar la salida, porque ese día sale la novia y argumentan: “Oye mi amor, voy a hacer las compras antes de que se acaben las viandas, porque van a cerrar las tiendas y supermercados y ahí si nos fregamos”, y ella parada en la raya le dispara: “Algo de dieta no nos cae mal, fíjate que nos hemos engordado mucho, así que dentro de ocho días que me toca a mí yo resuelvo esto”.
Y qué decir del picarito que melosamente le dice a la esposa: “Oye mi cielo, mañana me consignan la quincena y como te ha tocado tan duro en estos días, sin muchacha y los pelaos apretando, quiero hacerte un regalo y te voy a comprar aquellas zapatillas rojas que tanto te gustaron, pero yo andaba sin cinco y cuando pase la cuarentena te llevaré al mejor restaurante”, y ella emocionada le dice: “Mi cielo, tu sabes que yo no soy ostentosa y como siempre ando en chancletas ese día me estreno el par que me diste de aguinaldo, y creo que esta será la ocasión”.
Resignado, el pobre haragán traga en seco diciendo para sus adentros: “Nos jodimos”.