DE PIRATAS
El mar -con sus playas- se detuvo esta mañana en el parque de mi cuadra. Me aterré cuando vi claramente la bandera con la calavera negra en lo alto del mástil antes de que el galeón se detuviera a pocos metros de mi casa. Descendieron varios piratas y caminaron ariscos como reconociendo el terreno, el más peligroso se dirigió a mí y con tono amenazante me dijo.
__ Tu! deja de estar escribiendo vainas sobre nosotros, no somos tan bandidos como dices.
__ Pero si yo ni los conozco a ustedes
__ Nada de eso muchacho, bien sabes que si nos conoces y, además, te la pasas averiguando por nosotros y hasta te sabes los nombres de nuestros barcos y conoces nuestras rutas.
__ Pero si yo solo tengo 10 años, no soy una amenaza para ustedes.
__ Eso es lo que tú crees, el problema es que tienes mucha imaginación y te puedes convertir en novelista y esos escriben es puras mentiras para calumniarnos. Vinimos por el cuento de piratas que estás escribiendo. Sentenció.
__ ¿Cuál cuento?
__ No te hagas, el cuaderno que tienes en la caja de madera debajo de tu cama. Dijo desenfundando su espada a manera de advertencia.
Sentí escalofríos, uno de mis peores temores se había convertido en realidad, ya me habían advertido que los piratas decomisan todo lo que se escriba sobre ellos. El único código que entienden es el silencio.
El tipo sacudió la arena de sus botas contra el suelo, entró sigiloso, salió con mi cajita y la volteó al piso, cayeron dinamos, cables, bombillos y baterías, también había una brújula, un telescopio que ni servía, dos trompos, un pantógrafo, un compás, dos escuadras, había un reloj de arena, un pequeño tratado de geometría, mis libros de cuentos y varios planos entre ellos uno para construir un barrilete de ala doble y otro para una jaula de atrapar turpiales cantores.
__ Solo nos interesa esto. Dijo mostrándome con su única mano mi cuaderno de cuentos y poemas que era un verdadero tesoro para mí. Te lo decomisamos por mentiroso. Ni se te ocurra volver a escribir sobre nosotros porque volveremos me gritó, se quedó estático mirándome con una aterradora mirada azulosa de su ojo único, después hizo un disparo al aire y subió a su barco en medio de una descomunal humareda de guerra.
El mar desapareció con ellos, lo extraño es que en casa estaban, mi abuela, una tía –quien era la que me contaba sus fechorías- mi madre, mi hermana y como tres primos y nadie se percató de la presencia de los intrusos.
Hoy, muchos años después, recurro a este encuentro para explicar a mis amigos mis motivos para no escribir cuentos de piratas nunca más.