Compré una bicicleta urbana para ir al trabajo, a la biblioteca Rafael Carrillo Lúquez, al centro comercial, al Balneario Hurtado, a saludar a mi abuela. Ella es de color morado, tiene el chasis ondulado, las llantas macizas y una parrilla en la parte de atrás: sí, es una potranquita deliciosa. Andar por Valledupar encima de su cuerpo, me produce un regocijo casi sexual, sobre todo cuando es de tarde y el sol apacigua su severidad y comienza a pegar una brisa fresca.
Bueno, debo admitir que no todo es placer. Manejar bicicleta en Valledupar (para transportarse o hacer deporte) también da angustia, mucha angustia. Por un lado, los carros y las motos son los reyes de las calles, son los leones y las hienas que mandan en la selva, mientras que la bicicleta es una pobre cabra que siempre anda con recelo, pues todos se la quieren comer. Por otra parte, el ciclista, al igual que el resto de la ciudadanía, tiene unos adversarios que se han vuelto naturales e inagotables: los ladrones. Resulta difícil pedalear por la ciudad sin miedo de que un tipo con una pistola o un puñal salga de repente en cualquier esquina y lo baje a uno del vehículo.
Yo monto mi potranquita hasta bajo el sol vehemente del medio día. A decir verdad, se trata de un verdadero reto, a esa hora el pavimento vomita candela y la carne se incendia y llora sudor, pero bueno, no es algo que realizo todos los días, sino una o dos veces a la semana. Claro, he recorrido varios lugares de la ciudad en la bici, pero sobre todo me gusta andar por la cicloruta de la carrera novena y la calle 17, por ahí siempre llego más rápido a mi destino, especialmente cuando voy para al trabajo. Y eso que es una obra que se ha transformado en una víctima más de la dejadez, la mezquindad y la indolencia de los mandatarios.
En esta ciclo ruta uno halla carros y motos andando o estacionados, puntos de ventas, sombrillas y hasta sillas. Los hitos y los bolardos han sido mutilados sin compasión, es un espacio que fue hecho para la bicicleta, pero hasta en su propia franja a ella todos la desean devorar. Fredys Socarras fue quien hizo esta obra, se gastó 1.253 millones de pesos, plata de todos los vallenatos, muchos dicen que no hubo planificación, que hubo sobrecostos, que se hizo un mal diseño… Ah, yo solo estoy seguro de una cosa, el exalcalde no tuvo la inteligencia ni la autoridad para promover el uso y el respeto hacia su propio invento.
No obstante, Tuto Uhía no se queda atrás. Hay que reconocer que ha sido el mandatario que más ha promovido la utilización de la bici, eso es incuestionable y sobre todo aplaudible, pero también ha sido indolente con la ciclo ruta, que mala o buena, es una obra pública, de toda la ciudadanía. Su mandato ya casi cumple un año y no ha tomado una decisión al respecto, seguimos esperando un tal fallo jurídico. Tuto Uhía no desmonta la obra ni construye sobre lo construido ni protege la condición pública de la misma, lo que es peor. Al parecer al alcalde de la cultura ciudadana se le está olvidando un principio fundamental para construir una mejor sociedad: defensa de la infraestructura pública.
Andar en bicicleta en Valledupar me resulta sabroso, pero no puedo ocultar que tengo algunos temores: la superioridad que tiene el carro, la indisciplina de la moto, los rateros, la falta de más ciclo rutas y de unos dirigentes que gobiernen sin improvisación, sin retrovisor. Aun así, aun así, seguiré montando a mi potranquita en la calles de la ciudad, mi potranquita que no habla, ni se queja, ni se sonroja, ni llora. Al parecer razón tenía quien alguna vez me manifestó que el miedo produce algo de placer.