Aclaro que no tengo pensado votar por ningún candidato de las Farc, mucho menos convertirme en defensor de prácticas que se escudan en fingidas reivindicaciones sociales para ejercer un trabajo político utilizando las armas.
De hecho, en algún momento fui objetivo militar de esta guerrilla, causa para algunos del perpetuo resentimiento que polariza al país y de utilidad para quienes aspiran volver endémica la sed de venganza como medio de subsistencia electoral.
De lo que si estoy seguro es de mi convicción personal a favor de los acuerdos de Paz, no porque tenga alguna aspiración en el excluyente, prepotente, insensible y ‘chambón’ gobierno Santos, sino porque los actuales guarismos de una convivencia medianamente armónica abrieron el camino del entendimiento, fundamentado en las oportunidades, la justicia y la lucha contra la inequidad, promotora de la violencia organizada y errabunda de nuestros campos y ciudades.
Seguiré escribiendo y opinando en contra de algunas inexactitudes que sirven de sustento a la estrategia de sembrar incertidumbre alrededor de la Paz, tras réditos electorales a corto plazo, pero que en la egoísta viudez de protagonismo nos condenan perpetuamente a la desesperanza de la flecha lanzada, la palabra pronunciada y la oportunidad perdida.
Por ejemplo, no entiendo cómo dicen ahora que otras guerrillas y la delincuencia común ocupan los geográficos espacios que dejó libre las Farc, cuando igualmente afirmaron que no tenían nada, que estaban acabados y que la negociación con sus normales concesiones no debería existir, equivocadamente asumiendo el pacto como si fuera una capitulación. Me pregunto entonces, ¿son o no son fuertes?, creo que sí.
Tampoco le encuentro lógica a que se escandalicen porque el gobierno en medio del acuerdo promete inversiones sociales y de infraestructura en las zonas de conflicto, con las que el Estado tiene una deuda postergada por años.
¿Será que el bienestar general que prometen en los discursos de campaña, son solo sofismas para sacrificar en las urnas a los votantes como cautivos corderos?
Igualmente es curioso que el fiscal válidamente se escandalice porque podrían costear la actividad política con dineros producto del secuestro y del narcotráfico, mientras guarda silencio cuando muchos sectores de la clase política tradicional lo hace con los dineros de la corrupción, la cual tiene en su haber más muertos que los grupos ilegales. Asimismo, se queja por la independencia de la Unidad Especial de Investigación creada para descubrir a personas u organizaciones que atenten contra los participantes en la implementación de los acuerdos. Me pregunto, ¿será que la Fiscalía es impermeable a las componendas que históricamente garantizan la impunidad? O ¿será que algunos quieren un salvoconducto para repetir la sangrienta extirpación política de otrora?
No soy erudito en muchos de estos temas y sé que por espacio faltan muchas inquietudes, en este momento solo quiero reaccionar en contra de los venenosos sofismas que desprevenidamente a muchos hacen caer en el estúpido disparate de tenerle más miedo a la incertidumbre de la paz, que al terror de la guerra. Un abrazo. –
Por Antonio María Araújo Calderón
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