Quisiera votar por el sí en el plebiscito por la Paz, pero entre las inconsistencias políticas del gobierno nacional y las apoyadas imprudencias de los negociadores de las Farc, me asalta la incertidumbre que tiene enfrentado a medio país, así esté convencido que cualquier esfuerzo que se haga es poco, ante el promisorio bienestar y desarrollo que podemos alcanzar el día que nos convenzamos que nuestra nación es suficientemente amplia y rica para albergarnos a todos en condiciones dignas.
Pero precisamente ahí es donde aparecen las dudas, en la dignidad, no entiendo cómo un gobierno habla de Paz cuando a diario insiste en fortalecer el centralismo y la inequidad social que soporta ideológicamente a la revolución, estimulada a tomar las armas ante la imposibilidad de verse representada en el sistema político nacional.
Cuando no son las políticas comerciales contra la producción nacional, son los crecientes impuestos que como extorsiones se encargan de volver inviable cualquier actividad, sumado al elitista acceso a los servicios de salud y educación, que en hospitales y clínicas develan la macabra intermediación promotora de la muerte de usuarios de alto costo, amén de las inalcanzables matrículas y costos educativos producto de la mal aplicada “evaluación institucional sobre la calidad del servicio ofrecido” por colegios y universidades, todo bajo la impasible mirada del Estado; es decir, que el gobierno gobierna para las clases sociales poderosas, excluyendo a los que en número somos la mayoría. Así nunca habrá Paz.
Hoy se requieren muestras de credibilidad en los propósitos de la mesa de negociaciones, por eso al contrario del espectáculo que nos están ofreciendo, el proceso necesita un gobierno fuerte, no para estructurar un Tribunal de la Inquisición que queme en las hogueras de la ignominia judicial a sus contradictores o para manipular el populismo a favor de la amnistía guerrillera aprovechando la generalizada sed de Paz, sino un establecimiento representativo de nobles intereses y trabajador como el que más para satisfacer las necesidades básicas del pueblo.
Además de una insurgencia prudente en sus actos, consecuente en los campos y ciudades con la decidida disposición de reintegrase pacíficamente a la vida civil y sin la menor intención de diluir en un sofisma semántico la entrega de armas. Solo así la firma de La Habana superará la legalización de la actividad y economía de los cabecillas guerrilleros y la caprichosa aspiración a premios internacionales de Paz del presidente.
Si gobierno y guerrilla facilitaran con sus acciones el entendimiento de los colombianos, los crímenes de uno y otro bando dejarían de ser buenos o malos de acuerdo con las particulares querencias políticas o ideológicas, la subversión dejaría de elegir presidentes de la República por ilusión de Paz o por aversión a los métodos guerrilleros, la inequidad en hospitales y colegios dejaría de ser el caldo de cultivo de la violencia y al final del túnel veríamos esa luz que por más de sesenta años ha sido esquiva y que varias generaciones no conocemos. Un abrazo.