Nuevamente Colombia vuelve a tener esperanzas en que, por fin, se apruebe en el Congreso de los Estados Unidos, el Tratado de Libre Comercio (TLC), firmado entre los dos países hace cuatro años.
En la práctica, de poco han servido las gestiones del anterior gobierno, de Álvaro Uribe Vélez, por varios años, como tampoco el medio año que lleva el Presidente Juan Manuel Santos Calderón, para lograr que el legislativo de Estados Unidos le de su visto bueno a un instrumento que le puede servir mucho al desarrollo de la industria y el comercio exterior de nuestro país.
El gobierno del Presidente Uribe, aprovechando las buenas relaciones de Colombia y Estados Unidos, cultivadas con ahínco y mucho éxito durante la administración de Andrés Pastrana, fundamentó buena parte de nuestra estrategia de comercio exterior en un Tratado bilateral de Libre Comercio Colombia- Estados Unidos. Se trata de una estrategia acertada para el fomento de nuestro comercio internacional, fundamentada en la necesidad de buscar una adecuada inserción de Colombia al proceso de globalización de la economía mundial. Por supuesto, es lo que los técnicos en comercio exterior llaman el segundo óptimo, el primer óptimo se supone que es el comercio libre, pero que sólo existe en los textos de economía.
Lo cierto, es que el comercio mundial funciona de una manera planeada e intervenida de forma estratégica por los Estados, y – en ese sentido- el TLC es una buena propuesta de Colombia, que tiene sus aspectos positivos, sus beneficios, pero también sus aspectos negativos, sus riesgos.
No obstante, consideramos que el balance neto, en caso de aprobarse, sería positivo para el futuro de la economía nacional y de allí la importancia de buscar su pronta formalización. Hay que reconocer los esfuerzos que se han hecho, reiteramos, desde la cancillería y el Ministerio de Comercio Exterior, como también en la embajada de Colombia en Washington, pero estos no han surtido el efecto deseado.
Lo más triste es que Colombia, en ese mismo lapso, cuando tenía que haber desarrollado la llamada agenda interna, que busca promover un aumento sustancial en la productividad y competitividad de nuestra economía, no ha aprovechado bien ese tiempo. El país ha hecho pocos avances en materia de la llamada agenda interna, esa es la realidad.
Es igualmente lamentable y criticable, la posición de un sector importante del Congreso de Estados Unidos, principalmente el sector demócrata, amigos de las teorías económicas proteccionistas, que no han comprendido la trascendencia que tiene el TLC para la industria, el comercio y – en general- la economía de Colombia.
Lógicamente, que el TLC no es la panacea, no va a resolver todos nuestros problemas, pero si ayuda, y mucho, a que Colombia pueda conquistar una mayor porción de ese gran mercado que es el país del norte y –además- sea un receptor más confiable de la inversión de ese país en el nuestro.
El esfuerzo convencido y desinteresado que Colombia ha hecho en la lucha contra el narcotráfico, su condición de aliado de los Estados Unidos, en una región que pasa una coyuntura de bastante crítica frente a ese país, no ha sido suficiente para convencerlos de la necesidad de firmar ese TLC para consolidar nuestro proceso de desarrollo económico.
La próxima semana será crucial para el futuro del Tratado y en ese sentido es bueno que los gremios de la producción, en todo el territorio nacional se pronuncien en su defensa, con el fin de ayudar al gobierno del Presidente Santos, en un objetivo que debe ser propósito nacional. La aprobación de ese tratado debe ser el Plan A para buena parte de nuestro desarrollo económico, pero, de no lograrse una definición pronta sobre el tema, sería bueno que Colombia replanteara su política de comercio exterior mirando otros destinos, como en parte se viene haciendo, como pueden ser Europa, Asia, en particular la China, y también la India, como países en cuyos mercados podemos aumentar nuestras exportaciones.