Los juegos tienen un alto valor educativo en la vida de los niños, tan indispensables como suministrarles alimentos, para evitar sufrimientos prematuros y huellas de amargura que van creando un resentido social y potencial delincuente, habilidades que se deben aprovechar como elemento de observación y enseñanza.
Jugando los niños revelan sus inclinaciones, su carácter, sentimientos y tendencias, lo que le permite a los padres comprender sus extravíos y corregirlos mediante oportunos consejos, por lo que deben involucrarse, estimular y de los que deben participar.
Quien no sabe jugar con los niños no puede ser un buen maestro y, todo padre de familia debe serlo siempre en la intimidad de su hogar como vínculo; ya que se adaptan a cualquier ambiente extraño que les proporcione la alegría de vivir.
El maestro Luis Carlos Pérez subraya el hogar como factor de influencia decisiva en la personalidad del niño, cuyo primer contacto es la familia y un ambiente social que inculca creencias, hábitos, vocación y convicciones, junto al naciente concepto entre lo que puede considerarse bueno o malo.
La miseria social obliga a la mayoría de niños a abandonar el hogar, relegados del estudio e influenciados por el bajo mundo de la delincuencia, ambiente que corrompe el corazón, dista de un ejemplo intachable y socava una conducta honesta que impide su formación moral.
Los niños mantenidos en casa, de menores anhelan siempre recuperar su libertad; pero muchos de ellos se niegan a volver al seno de su familia al encontrar un ambiente de privaciones que se les torna odioso, siguiendo el natural impulso de todo ser humano, inclusive los animales, de obtener la mayor suma de felicidad, apunta el psicólogo Álvaro Triana, pero la calle tiene un cierto valor criminológico, contextualiza López Riocerezo. Fuera del hogar se ofrece al niño todos los peligros de una sociedad en estado de descomposición.